Por si no se habían dado cuenta, dejé para el último las consecuencias políticas, buenas y malas, del primer par vial de Culiacán.

A Sergio Torres nadie le podrá negar ser uno de los pocos alcaldes culichis que se atrevió a realizar cambios verdaderos, el par vial es sin duda el mejor ejemplo de ello, pues como proyecto impostergable existe desde… ¡veinticinco años atrás! Su necesidad estaba fuera de discusión: ¿qué había que hacer entonces para generar una razonable animadversión contra lo que al principio contaba con una práctica unanimidad? Y conste que el actual es el primer alcalde que cumple su periodo completo desde los tiempos de Jesús Vizcarra, un periodo no solo largo, sino terriblemente accidentado que como ciudad nos puso en situación de crisis, lo cual operaba a favor de Torres: bastaba con llevársela tranquila los tres años, devolviéndole a la capital la estabilidad perdida para lograr un balance positivo a su gestión, pero prefirió correr el riesgo nada más que no para cubrirse de gloria, sino para volverse la bichi.

Lo primero que hizo nuestro alcalde fue arrojar dudas sobre su desempeño. Desde el inicio de su mandato comenzó a demostrar qué trae en la cabeza: aire, si no es que humo. ¿Qué pasó con la puntada de los circos? ¿Qué pasó con la puntada del cabildo abierto? ¿Qué pasó con la puntada de los morrines? ¿Qué pasó con…? Y esto por mencionar nada más los casos que en este momento se me ocurren. Total, que para cuando intentó hacer un trabajo serio ya no había dudas sobre su incapacidad, de hecho no faltaron quienes comenzaron a dudar de su cordura pero tampoco es para tanto, simplemente su temperamento chicharronero es demasiado pronunciado y ello hace pensar en otras cosas, pero no, es nada más eso.

Después de aprovechar los primeros meses de su gobierno, para dejar bien establecido que en su administración no se mueve la hoja de un árbol si no es por voluntad expresa de él, se le viene la etapa final del par vial y su monumental dislate de entregarles todo a los camioneros: ahora resulta que sobre la Serdán no circula ningún camión. La primera consecuencia es que todos entramos en sospecha: ¿desde cuándo el transporte urbano ha hecho algo bueno por Culiacán? ¿Qué tiene de malo el par vial como para que los camioneros se nieguen a recorrerlo? ¿Por qué ellos no y nosotros sí? Nunca pensé en decir esto: el transporte urbano sí tiene algo de positivo para Culiacán. Lo acabamos de descubrir. La Aquiles Serdán, a diferencia de la Obregón, es ya por mérito propio el segundo autódromo de esta capital, pues al no contar con tráfico de camiones carece de esos “obstáculos naturales” que frenan la tendencia natural de los culichis hacia las altas velocidades. Está muy, muy, muy peligrosa y para variar la autoridad en lugar de remediarlo está tratando de empeorarlo aún más: no puede uno detenerse sobre la calle ni para levantar un herido porque de inmediato llega la patrulla, y esto es extensivo a todo el par, excepto por la Obregón desde Zaragoza hasta Ciudades Hermanas. Alguien que me explique. Fue tan mala la decisión que en cuanto llegó a donde sí vive gente (la Chapule) comenzaron las protestas, que para variar fueron atendidas con mayores y peores ocurrencias: ahora resulta que sí hay estacionamiento por la Serdán/Juan de la Barrera, pero solo en la parte donde viven más gritones. Otra vez: alguien que me explique. Y luego se le viene lo del drenaje pluvial… y para qué les platico si ustedes ya lo saben. Qué tristeza, qué coraje. No digo más.

Jorge Aragón Campos

[email protected]