Estamos a días de que se dé a conocer, real o formalmente, el nombre del candidato presidencial del PRI. De acuerdo con opiniones de analistas y líderes de ese partido, a esta altura del proceso solo quedan dos finalistas: José Antonio Meade y Miguel Ángel Osorio.

Es complicado saber si dicha conclusión es certera. Porque aunque cada vez más desdibujada, la liturgia del tapado continúa siendo una realidad y la liebre puede brincar de cualquier matorral, si no recordemos aquella memorable fotografía donde los precandidatos al Gobierno de Sinaloa pactaron la unidad en torno a cualquiera que se eligiera entre ellos, y zas que al tiempo se “destapa” al actual gobernador Quirino Ordaz Coppel, sin haber aparecido en dicha fotografía, solo por recordar el ejemplo más cercano en tiempo y lugar.

Lo importante, para nuestros efectos, es pensar en las expectativas que tendrá quien sea finalmente el abanderado del partido en el poder. Sean o no estos dos nombres los que estén en la final, lo que es cierto es que se trata de perfiles aparentemente distintos, sin embargo, dichos personajes son muy representativos de una política pública fallida para el conjunto de la sociedad.

Justamente la economía y la seguridad han sido los dos ejes centrales del fracaso de la política del presidente priista. El actual secretario de hacienda, cargaría directamente con los efectos que en la población ha tenido el explosivo e irresponsable endeudamiento del gobierno; con los altos incrementos a los energéticos como el gas y la gasolina, que tanta indignación han provocado en la gente; la política fiscal que ha afectado a la clase media y al conjunto de los 52 millones de contribuyentes, pero ha protegido a las grandes empresas y socios del gobierno para que evadan impuestos; la política económica que ha incrementado a 9 millones los desempleados y subempleados, además de los bajos salarios de la población laboralmente activa; o los 55 millones de pobres que hoy resisten un entorno socialmente adverso. No es casual que en una de las últimas encuestas publicadas, el 70% de los ciudadanos consultados señalaban que la economía iba por un camino equivocado.

Y qué decir del tema de la seguridad pública. El actual secretario de Gobernación sería la representación de un sexenio con más de noventa mil homicidios dolosos, con una tendencia clara a superar los 104 mil de Felipe Calderón, del que había sido el gobierno más sangriento de la historia; con una alta impunidad, donde la mayoría de los crímenes no se investigan, ni juzgan; con más de 32 mil desaparecidos, de los cuales ni siquiera se tiene una política de base de datos y seguimiento institucional; o los asesinatos de periodistas con impacto internacional, sobre los cuales tampoco ha habido justicia; entre otros dolorosos saldos de una política que no ha sido capaz de garantizar la paz que necesitan las familias mexicanas. Al contrario, la violencia se ha extendido de las regiones hacia todo el territorio nacional.

Cualquiera que sea el candidato, va a enfrentar una sociedad molesta, indignada. Va a cargar con un liderazgo presidencial impopular, desgastado; va a representar a un gobierno corrupto y corruptor, que ha hecho grandes negocios con el dinero público. Incluso, un gobierno con visos de estar en una crisis institucional, no es casual que en estos momentos no haya fiscal general, fiscal anticorrupción, fiscal electoral, ni magistrados anticorrupción, solo por compartir un botón de muestra.

Sea quien sea el tapado que se abrirá en unos días, le espera una campaña política difícil, solo el derroche infinito de dinero público y privado más las estrategias de guerra sucia que conviertan la contienda en un lodazal contra los adversarios, harían ganar de nuevo al PRI la Presidencia, con una pírrica y peligrosa victoria electoral, pasando por encima de todas las formas, incluyendo el quebranto de la institucionalidad.

De esas dos apuestas que se dice están sobre la mesa en estos días, veremos si el resultado de la liturgia es un perfil de corte burocrático tecnocrático, cuya estrategia sea la amalgama de los grandes intereses económicos y financieros de las élites empresariales y políticas, incluyendo a los aliados fácticos que hoy se encuentran temporalmente en el PAN o en el bando de los independientes; o si se inclinan por un perfil más político que cohesione la identidad partidista y le apueste a la unidad de sus liderazgos nacionales y locales, para evitar una probable migración silenciosa de sus militantes hacia la opción de Morena.

Veremos, dijo el ciego.