El dos de julio de 2018 Rubén Rocha Moya empezó a asimilar lo que estaba pasando. Había recibido el beso de la princesa que lo convirtió de pronto en el poderoso príncipe heredero. Morena arrasó en la mayoría de los distritos. El otrora poderoso PRI, único respaldo del gobernador, estaba hecho pedazos y reducido a sólo una quinta parte de las curules.

El senador electo era con mucho el personaje más importante de Morena en Sinaloa y el intermediario directo entre su amigo, el presidente y su jefe, el gobernador. Se sentía soñado. Lejos, muy atrás, quedaban Imelda, Elenes, Montes, Zamora y Chuy Valdez. Era un escenario ideal y sería sólo cuestión de tiempo para que se le impusiera la banda de gobernador de Sinaloa. Iba en caballo de hacienda hacia el ala norte del tercer piso.

Sin embargo, apenas habían transcurrido 56 días del nuevo gobierno cuando Rocha se cayó del caballo. Se dio cuenta que lo que estaba viviendo era un sueño y no un proyecto. Muchos grupos sociales, universitarios,  gremiales, de amigos y políticos se le habían acercado para ofrecerle su apoyo hacia la gubernatura pero los había menospreciado diciendo que para eso faltaba mucho y que estaba concentrado en la senaduría. Quizá pensaba que no los necesitaba si tenía el visto bueno del presidente y el apoyo del gobernador, además del control del congreso.

No obstante, no había sido invitado a la primera gira del presidente por Sinaloa y eso lo puso a pensar. Hacerse el ofendido y no asistir a la gira o ignorar el desaire y –siguiendo las enseñanzas de Aguilar Padilla—atravesársele en el camino. Luego de hacerse de palabras con el personal de seguridad que no le permitía el acceso a la comitiva presidencial, logró su propósito. Que AMLO lo viera, pero el incidente ya era motivo de escándalo que no pudo cubrir. Entonces despertó.

Rocha supo que no podía “nadar de muertito” hasta el 2021 y que la lucha por el poder había comenzado. El gobernador ya no lo necesitaba como puente con el presidente pues el propio Quirino se había convertido en el “mejor amigo” y “mejor aliado” del presidente en Sinaloa y había logrado una importante influencia en el congreso del estado, no sólo con la oposición, sino con los propios morenistas, luego de acusar a Rocha con el presidente de que le había boicoteado el presupuesto de egresos del 2019, lo que motivó un llamado del presidente de los legisladores morenistas de Sinaloa.

Al día siguiente, mientras su amigo, el presidente y su jefe, el gobernador, desayunaban con empresarios en el sur del estado, Rocha conspiraba en la sierra con Leobardo Alcántara –representante del PT en Sinaloa, principal aliado de Morena— y con Jaime Montes, el superdelegado del gobierno federal. Ahí, en Surutato, mientras desayunaban, lejos de las miradas y los reflectores, se encubaba un proyecto político.

Desde entonces, a la fecha, el senador morenista es otro. Además de su trabajo legislativo ha iniciado una ardua tarea de gestión de las demandas de grupos sociales que no están siendo atendidas por el gobierno estatal y de vinculación con diversos sectores que tienen opinión y peso en la construcción de un proyecto de transformación de Sinaloa.

Rubén Rocha sigue teniendo una excelente plataforma para contender por la gubernatura, pero antes tendrá que construir un liderazgo que haga su candidatura natural. Ya no puede apostarle al apoyo del gobernador, que tiene sus propios prospectos en su esposa Rosy Fuentes, Carlos Gandarilla, Juan Alfonso Mejía y Álvaro Ruelas, ni a la amistad del presidente que tendría que valorar entre las propuestas del gobernador y otros aspirantes de Morena, como la propia Tatiana Clouthier, que tiene una popularidad impresionante a nivel nacional y que sería muy bien vista entre los sinaloenses, o el “químico”, Luis Guillermo Benítez, que se ha fajado como alcalde de Mazatlán en un claro ejemplo de lo que debería de ser la cuarta transformación en Sinaloa.

Rocha tiene que convertirse en líder de los sinaloenses, en el proceso de la cuarta transformación, encabezando sus demandas y necesidades, por encima de la simulación y las respuestas a medias, que ofrece el gobierno, trabadas en las viejas estructuras de poder y los intereses de grupos que hoy pretenden montarse en la ola con un discurso transformador. El escenario es difícil y, en cuestión de forjar proyectos, el 21 está a la vuelta de la esquina, por lo que Rocha tendrá que correr para alcanzar al caballo que lo tiró a finales de enero.

 

 

SOBRE EL AUTOR:

Alejandro Luna Ibarra es periodista y docente universitario con más de 30 años de experiencia. Ha ejercido el periodismo en diversos medios impresos, en radio y televisión así como en medios digitales. Realizó estudios de maestría y doctorado en educación y actualmente comparte su tiempo entre la docencia en educacion superior  y la investigación y análisis de temas educativos.