Andrés Manuel López Obrador, es un hombre muy valiente. Desafió a “La mafia del poder”; no le tembló la mano al enfrentar a los poderes fácticos inmiscuidos en el gobierno y emprendió una campaña contra la corrupción y el hachicol en Pemex y, con todo el poder institucional, ha iniciado una estrategia de seguridad nacional que implica enfrentar a la delincuencia organizada. Ha sido muy valiente pero esta vez sí tiene miedo.
Elba Esther Gordillo fue su aliada durante la campaña presidencial y ahora le está cobrando. Y el presidente le ha dado casi todo. La sacó de la cárcel, le regresó sus bienes, le limpió el expediente, le autorizó un partido, pero no le ha cumplido su demanda principal: el SNTE. Al parecer, AMLO le tiene miedo. Si la deja entrar no la podría controlar y ella es, con mucho, más peligrosa que la CNTE que con menos del 10% del magisterio le ha bloqueado ya en dos ocasiones la política nacional al presidente.
Es evidente que el presidente no quiere a Cepeda, que operó en favor de Meade en la campaña presidencial. Y también es evidente que sí quiere a Elba Esther, que se la jugó con él. Le invirtió mucho dinero y votos. Le creó Maestros por México, que operó en su favor en la campaña. Sin embargo, el presidente le ha pospuesto una y otra vez el pago principal.
Lo único que impide que Elba Esther se apropie de nuevo del SNTE es que Alfonso Cepeda, y su comité, sigue ahí legalmente. Es decir, para que la maestra se haga de nuevo del SNTE, Cepeda tendría que dejar voluntariamente el cargo, cosa que el actual dirigente no tiene intenciones de hacer. Y la única forma de que renuncie es que se lo pida (o se lo ordene) el presidente. Cepeda ha visto de cerca el poder presidencial y el costo de oponérsele –el caso de Elba Esther—y no se pondrá “a las patadas con Sansón”, pero si el presidente se lo pide, Cepeda sale ganando. Algo obtendría a cambio.
Cepeda sabe que el presidente lo está usando para contener a Elba Esther, pero le conviene. A la renuncia de Juan Díaz, concesión que AMLO le dio a la maestra, se dijo que Cepeda convocaría de inmediato a la renovación del CEN del SNTE, pero esto no sucedió. Luego que sería en enero para renovar en febrero o marzo, y tampoco sucedió. Después que en abril, pero se atravesó el conflicto con la CNTE contra la nueva reforma educativa en el Congreso y el proceso sindical se pospuso. El presidente necesitaba estabilidad en el SNTE para usarlo de contrapeso en caso de ser necesario.
Se corrió la voz entonces, ya con muchas dudas, de que Elba Esther reaparecería el día del maestro, pero tampoco sucedió. El presidente no levantó la mano de Cepeda el día del maestro y tampoco anunció personalmente el incremento salarial. Dejó que el propio dirigente sindical cargara con las maledicencias de los maestros en su día, por el pobre incremento del 6.25% –se esperaba cuando menos del 10%– y ni siquiera lo invitó al evento cumbre de entrega de reconocimientos al magisterio nacional. Es más, sólo recibió al dirigente del SNTE, y a su comité, después de haber recibido a la CNTE.
Pero aun así, Cepeda sigue ahí. Institucional. Trabajando todos los días por el magisterio y en coordinación con el gobierno federal y su proyecto de reforma. Es “el patito feo” de la 4t pero sigue ahí. Cada día que permanece en la dirigencia es un triunfo para él, con la esperanza de quedarse hasta el 2024 y acompañar a AMLO en la cuarta transformación. Sabe que cualquier error que cometa puede ser pretexto para adelantar su salida y admite que en cualquier momento lo pueden llamar Olga o Esteban para decirle que el presidente ha decidido pedirle su renuncia y que se nombre un dirigente interino para convocar a la renovación de la dirigencia. Pero mientras tanto sigue trabajando para el magisterio y claro, para que su equipo esté en condiciones de competir en una elección universal.
Cepeda se sabe usado pero necesario. El presidente ha dicho que tiene boleto para ver en primera fila la democratización del SNTE, lo que deja entrever que tiene intención de hacer que esto suceda en el corto plazo y no como lo marcan los estatutos –para el 2024—. Sin embargo, AMLO no tiene candidato. Esto implica que, al abrir una elección con voto universal, la votación se dividiría entre el candidato de la parte institucional del SNTE (que ahora representa Cepeda) y Elba Esther Gordillo, que ha dejado saber que contendería personalmente por recuperar la dirigencia del sindicato que le arrebató Peña Nieto al meterla a la cárcel.
Si Elba Esther compite por la dirigencia del SNTE y AMLO no presenta y respalda un candidato propio, que la enfrente, no hay duda de que la maestra recuperaría la dirigencia del sindicato. La parte institucional carece de figuras con liderazgo capaz de vencer a Elba Esther, sobre todo si ella se presenta muy vinculada al presidente, por lo que López Obrador está atrapado en su propio discurso. Dijo que no se metería en el proceso. Si lanza un candidato propio, incumple su compromiso con la democratización y rompe con la maestra.
En una elección con voto universal, donde sólo se presenten dos candidatos: el de la parte institucional asociado con la reforma educativa de Peña Nieto, por una parte, y Elba Esther Gordillo, presa política y primera víctima de la reforma educativa, encarcelada por tener el valor de oponerse a la imposición de la reforma –por regla general la masa siempre simpatiza con la víctima—, por la otra, es muy probable que la maestra ganara.
Sin embargo, que la maestra Gordillo gane la elección democráticamente significa un grave problema para el presidente por varias razones. O al menos dos.
Primera: significaría la continuidad de un cacicazgo sindical impuesto por Carlos Salinas de Gortari para servir al modelo neoliberal que hoy se trata de erradicar del país. Cacicazgo que se extendió por más de dos décadas y estuvo marcado por evidentes signos de corrupción, antidemocracia, enriquecimiento y pérdida de conquistas laborales como la rezonificación y el cambio de régimen de pensiones en la ley del ISSSTE. Y que sacrificó la reivindicación laboral y lucha por el bienestar magisterial, misión esencial del SNTE, por la negociación político electoral para beneficio personal y familiar de su dirigencia.
El regreso de Elba Esther al control del SNTE significaría, en la percepción social y magisterial –y en gran medida en la realidad, a pesar de las mentiras con que se quiera convencer al presidente—, el resurgimiento y la continuidad del pasado oprobioso que el magisterio y el país deseaban dejar atrás al votar por López Obrador.
Resultaría un contrasentido que el presidente cobijara, a su lado, lo que los mexicanos rechazaron y lo que los llevó a las urnas el primero de julio. Es decir, resultaría un contrasentido que AMLO encumbrara lo que los mexicanos odiaron con su voto al elegirlo. Hacerlo tendría un elevador costo en su popularidad –en la que está cimentando la posibilidad de sentar las bases de la transformación del país—.
Segunda: darle a la maestra el SNTE significa –por su personalidad y liderazgo–, darle un poder inmenso y difícil de controlar. Con el poder que adquirió en el tiempo de Salinas, Elba Esther logró someter a tres presidentes –Zedillo, Fox y Calderón—. Se volvió indispensable para la gobernabilidad del país al grado que la única forma de controlarla era sacarla de la jugada. Y el consejo de Salinas fue, por la fuerza.
Al darle el SNTE, Elba Esther volvería a tener tanto o más poder que en el pasado. Con un partido político propio, como lo fue el Panal en su momento, para negociar con los grupos de poder en los estados –con alianzas con los partidos que convenga— y con la suma de éstos con el gobierno federal, nada le impediría ponerse al “tú por tú” con el presidente para el 2021 y jugarle las contras en el 2024 si no le da todo lo que pida, incluso, la propia candidatura presidencial.
Fernando González asegura que RSP sería un partido “amloísta” para atender a un segmento de población (fifí) que Morena no representa. Sin embargo, una vez constituido y con suficiente poder, nada le costaría deslindarse del presidente argumentando cualquier pretexto, como inventar que se desvió de la verdadera cuarta transformación, lo cual es muy probable. Además, desde antes de su conformación está demostrando ser un partido pragmático y sin vocación social.
López Obrador está en una disyuntiva difícil de resolver. Como candidato presidencial de Morena tenía que sumar todo lo sumable, incluso lo indeseable, para ganar. A Elba Esther le convenía apoyarlo para salir de la cárcel y recuperar el SNTE. Eso los comprometió. Y Elba Esther cumplió con su parte. Puso el dinero y los votos. Y el candidato ganó. Ahora le toca cumplir a López Obrador, pero tiene miedo y con razón. No es lo mismo mandarle regalos, como la cabeza de Juan Díaz, la recuperación de sus bienes y el registro de RSP, que casarse con ella (políticamente) y darle un lugar junto a él en su casa (gobierno federal) donde hasta ahora todos le hacen caso porque son sus empleados, pero ella, con poder, difícilmente le haría caso. Y pronto se colocaría por encima de sus propios funcionarios. Tiene tal personalidad, experiencia, habilidades y liderazgo, que la única forma de controlarla es sacarla de la jugada –o no meterla—. Ya sea por la buena –con una embajada en Europa, por ejemplo—o por la mala, como lo hizo Peña Nieto.
Cumplirle a Elba Esther le saldría muy caro. Pero fue su aliada y la estima. Además, saldría de un proceso democrático, que es el compromiso presidencial. Cepeda en cambio, le jugó las contras en la campaña y no lo quiere, pero ya está ahí y no le cuesta nada. Es obediente, es institucional y no le exige nada. No protestó cuando le dijeron que tenía que anunciar el incremento salarial muy por debajo de las expectativas del magisterio ni siquiera reclamó que recibiera primero a la CNTE que a la representación institucional del SNTE con motivo del día del maestro.
Cepeda representa el modelo de líder sindical ideal para los gobiernos y hasta se ha ofrecido para activar en los maestros un ejército intelectual para apoyar la 4T. Cepeda le garantiza estabilidad y Elba Esther incertidumbre, pero su compromiso es con ella, la mujer más poderosa de cuatro presidentes neoliberales.
No en vano el presidente tiene miedo…
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