Las guerra comercial con la que Donald Trump amaga a México es parte del protagonismo pernicioso que caracteriza al presidente de Estados Unidos, quien regresa la relación internacional  a los tiempos de la bota imperialista que aplasta todo lo que a su paso se cruza y enrarece la armonía entre naciones, para sacar a río revuelto la mejor ganancia.

En lo que ya se llama el “jueves negro”  Trump derrumbó de un manotazo el avance que se tenía en materia de la buena relación bilateral, al anunciar “medidas de emergencia para enfrentar la crisis fronteriza”, determinando un arancel de 5%, progresivo al 25%, a partir del 10 de junio para todos los productos que ingresan desde México, en tanto no se frene la inmigración ilegal.

Las reacciones no se hicieron esperar y  hoy por la mañana impactaron en los mercados bursátiles con el correspondiente efecto en la paridad peso-dólar, así como la alarma que genera en el continente al calificar los expertos el actuar de Trump como un berrinche de consecuencias desastrosas.

La reacción principal, sin embargo, debe ser la del presidente Andrés Manuel López Obrador que hasta hoy ha preferido ser prudente ante los arrebatos del mandatario estadounidense que cada día amanece construyéndole barreras comerciales a México, como lo hizo recientemente al imponerle altos aranceles a los productores nacionales de tomate.

Por lo pronto, la víspera anuncia que la postura de México esta vez será enérgica porque la respuesta de AMLO contrasta con la diplomacia rosa en la que ha transitado el nuevo régimen frente a los embates de la Casa Blanca: “ por favor, recuerde que no me falta valor, que no soy cobarde ni timorato sino que actúo por principios; creo en la política que, entre otras cosas, se inventó para evitar la confrontación y la guerra”, le dice López Obrador a Trump.

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