La violencia contra las mujeres se define como “cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte tanto en el ámbito privado como en el público”, según la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

Las cifras, aunque no hablan por sí solas, sí son alarmantes, pues de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México, el 66.1% de las mujeres de 15 o más años, han sufrido al menos un incidente de violencia económica, física, sexual o discriminación a lo largo de su vida en al menos un ámbito y ejercida por cualquier agresor.

Fuente: INEGI

Según los resultados de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, 2021 (ENVIPE), son mujeres quienes perciben mayor inseguridad.

Tan solo en la casa, un lugar que utópicamente representa seguridad, un 20% de las mujeres de 18 años o más ha reportado sentirse inseguras, cuatro puntos porcentuales por encima de los hombres.

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Por otra parte, según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) 2021, 22.8% de las mujeres declararon haber enfrentado intimidación sexual en lugares públicos en comparación con 5.8% en los hombres.

En Sinaloa, las mujeres que sufren violencia son el 59.1%.

Como se dijo antes, las cifras no hablan por sí solas, por ello, aquí algunos relatos anónimos compartidos por mujeres sinaloenses que en algún momento se han sentido violentadas.

Su intención y la de ESPEJO es sensibilizar y llamar a la empatía, pues tras cada número sumado en las estadísticas se encuentra la historia de una mujer que sintió miedo o discriminación en un entorno que debería ser seguro.

El poder los hace intocables

Durante mi tiempo como estudiante en la Universidad era tan comunes las prácticas de acoso de los maestros hacia las alumnas que hasta nos empezó a parecer normal, nadie decía nada si un profesor se nos quedaba viendo demasiado tiempo o si nos hacía sentir incómodas.

Recuerdo mi primera semana de clases, estaba sentada en mi lugar, la silla de al lado estaba vacía, y un maestro decidió sentarse junto a mí, su cercanía me incomodó pero hasta ese punto no le vi nada de malo, hasta que me tomó la mano y me dijo: “el azul te queda muy bien, considérate con 10 en la materia, ya no tienes que hacer nada, más que portarte bien conmigo”.

En ese momento no supe reaccionar, no sabía que decir, ni si era prudente contarle a alguien.

Los días transcurrían y me daba ansiedad estar en esa clase, cada día era un comentario o un toque inapropiado de parte de ese maestro.

Consiguió mi teléfono, me enviaba mensajes, me llamaba, me escribía en redes sociales.

Dejó de darme clases, y fui feliz porque creí que la situación había terminado, ¡por fin!, pero no, en los pasillos me buscaba para querer saludarme, me seguía enviando mensajes, y notaba como hablaba de mí con otros maestros.

Acudí a la dirección a contar lo que pasaba y como respuesta recibí un “eso te pasa por estar bonita, debería ser un halago”.

Con el tiempo se aburrió, y fue dejándome tranquila, pero ya no confiaba en ningún maestro, todos me generaban miedo, asco, porque sabía que se reunían en la sala de maestros a hablar de las alumnas, salían juntos a los pasillos a observarnos a todas, y todos lo sabían pero nadie hacía nada, y hasta la fecha no hacen nada, porque se protegen entre ellos, porque lo mismo hacen con las maestras, porque se creen en una posición de poder donde todos son intocables.

La violencia escolar por razones de género tiene un impacto real en la vida de los educandos, y puede ocasionar desde la pérdida de autoestima y depresiones hasta embarazos precoces y no deseados, así como infecciones de trasmisión sexual como el VIH y el Sida, según la UNESCO.

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La puerta hacia la violencia

El día que decidí dejar a mi pareja fue uno donde se supone que nos estábamos dando la última oportunidad, me puse lo más bonita que pude y crucé toda la ciudad solo para poder verlo. No pedía mucho, solo que pudiera recogerme en la parada de autobús ya que esta quedaba un poco retirada de su casa.

Le avisé con el tiempo suficiente para que pudiera estar ahí en el momento que yo bajara del autobús. Sin embargo, al momento que bajé no estaba… ni ahí ni a la mitad de camino. Me detuve a esperarle… con una ya triste esperanza. Pero nada, él no aparecía por ningún lado.

Recuerdo marcarle un par de veces pero ambas llamadas mandaron a buzón. Al tercer intento contestó demasiado enojado y al preguntarle dónde estaba comenzó a gritarme exasperado y echándome la culpa de su propia actitud.

Tal vez jamás podré olvidar esa sensación.

Recuerdo que estuve a punto de irme. Pero estaba molesta, ya no quería que me gritara, yo no merecía que nadie me gritara y menos por algo tan minúsculo como una pregunta.

Tomé el valor de ir hasta la puerta de su casa y cuando llegué estaba abierta. Toqué una vez, dos veces y a la tercera salió rápidamente de la parte de atrás de la puerta. Todo el tiempo estuvo ahí, ignorando que yo tocaba. Le dije, sin levantar mi voz, que jamás le volvería a permitir que me gritara. Todavía recuerdo como siguió gritando enojado pero lo que más me marcó fue cuando golpeó furioso la puerta. Ahí lo decidí: yo no me convertiría en esa puerta.

La violencia en una relación de pareja comienza con cualquier comentario incómodo, seguir con un jaloneo que se puede confundir con una broma o un juego, pero con el transcurso del tiempo esta situación puede llegar a ser más grave.

Fuente: INMUJERES

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¿Cómo decir no?

Tenía como 13 o 14 años, recuerdo que cursaba la secundaria de mi pueblo cuando lo conocí. Él era mayor que yo, estaba por ingresar a la universidad.

La primera vez que lo vi y platiqué con él fue en la feria de mi pueblo, me pareció una persona muy agradable, recorrimos el lugar juntos y no noté nada extraño.

Pasaron varios días después de eso, para mí solo fue algo de un día, por lo que no le di mi número de celular ni información privada. Así que me extrañó cuando lo vi en la entrada de mi secundaria a la hora de salida de las clases.

No sé cómo me encontró.

Me preguntó si podía acompañarme, yo iba a una cocina económica que atendía mi mamá. Así pasaron algunos días, él me esperaba y me acompañaba hasta mi destino.

Al principio me sentí halagada porque un chico mayor mostraba interés en mí, después comenzó a aburrirme, yo era una niña después de todo. Así que comencé a ignorarlo cuando me buscaba, no hablé con él porque no sabía cómo decirle que no me interesaba, y la verdad me daba un poco de miedo su reacción.

Pero él no entendió las señales.

Día tras día me buscaba en la secundaria, rondaba en la cocina donde le ayudaba a mi mamá y si yo iba al parque sabía que él iba a estar ahí buscando mi atención.

La situación comenzó a abrumarme, ya no me gustaba salir a la calle sola, le pedía a mi hermana o amigos que me acompañaran a cualquier parte, llegué a pedirle a la prefecta de la secundaria que me acompañara hasta con mi mamá, para que él tuviera pena de gritarme o acercarse.

Un día, él y sus amigos pasaron por la comida económica, uno de ellos bajó y buscó a mi mamá para preguntar por mí, no sabía que era mi mamá, creyó que yo era una empleada. Le dijo que un amigo suyo me buscaba para platicar conmigo, ella le respondió que ese amigo no debía mandar recados, sino presentarse bien. Cuando se fueron, yo le comenté a mi mamá lo que estaba sucediendo, que no quería verlo ni salir con él.

A los días, él se presentó en la cocina, yo me asusté y me escondí para que no me viera, ya era demasiado. Mi mamá salió y le dijo que tenía que dejar de buscarme, que yo era menor que él y no me interesaba.

Eso tampoco lo detuvo, porque tiempo después, en un evento del pueblo me lo topé, yo iba con mi hermana mayor. Decidimos sacarle la vuelta, pero él seguía atrás de nosotros. Yo estaba muy asustada, me sentía intimidada. Mi hermana, que en este entonces tenía alrededor 16 o 17 años lo enfrentó, le dijo que tenía que dejar de seguirme, que entendiera que yo no quería nada con él. Pero fue inútil, notamos que seguía a nuestras espaldas, así que caminamos deprisa hasta encontrarnos a unos amigos.

Les contamos lo que estaba ocurriendo, y como ellos eran como cinco, también lo enfrentaron, el salió corriendo y ellos lo persiguieron, se hicieron de palabras y mis amigos decidieron asustarlo, lo amenazaron para que me dejara en paz.

Fue así, como logré que me dejara en paz. Realmente fue una tortura para mí, yo era una niña y durante dos años que duró buscándome o siguiéndome tuve miedo hasta de ir a la tienda. Es increíble que tuvieran que intervenir otros hombres para que me dejara en paz, no le importó lo que yo, mi mamá o hermana le dijeran al respecto. Ahí es donde comencé a reflexionar la manera de cómo decir no para que me respetaran.

El acoso callejero es una forma de violencia hacia las mujeres más común, miles de mujeres, niñas y adolescentes diariamente deben lidiar con comentarios incómodos, tocamientos, violencia física y hasta homicidios con diversas consecuencias.

En muchas ocasiones esta violencia está arraigada, pasa desapercibida, pues hay violentadores que desconocen que su actitud representa daños para quienes son violentadas.

Según el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES), “La violencia contra la mujer inhibe gravemente su capacidad para disfrutar de los derechos y las libertades en un plano de igualdad con los hombres”.

De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Victimización, y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) (INEGI, 2019) las mujeres sufren el 91.8% del hostigamiento sexual (manoseo, exhibicionismo e intento de violación) y 82.5% del delito de violación y estos delitos ocurren principalmente en la calle (42.7%) y en el transporte público (32.2%).

Estos son solo tres relatos, de cientos o miles que las mujeres guardan, por ello, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres es importante mencionar los números de atención contra la violencia hacia la mujer, como lo es el número de emergencias, 911; línea nacional contra la trata de personas, 800 5533 000; Consejo Estatal para la Prevención y Atención de la Violencia Familiar (CEPAVIF), 6677148540 y 6677148050; Centro de Justicia para las Mujeres, 6676882633 y Secretaría de las Mujeres, 6677520672.

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