“Las brujas son mujeres casi siempre débiles y decrépitas, de edad avanzada,
de sentidos menguados, en una palabra, trabajadoras y miserables abuelas”.
– Johann Weyer. De Praestigiis Daemonum et Incantationibus ac Venificiis.

Se puede castigar a alguien por lo que hizo, o se puede castigar a alguien por lo que se supone que es. En el primero de los casos hay que investigar y probar la acusación; en el segundo, basta con aplicar a una persona la etiqueta de ser comunista/ judío/ terrorista/ capitalista, para que su culpabilidad quede aceptada. Es el famoso delito de portación de cara creado por “San Andrés”, según quien, el que tiene cara de pendejo seguramente lo es.

Las brujas son un claro ejemplo de ello. En 1580, en su obra Démonomanie des sorciers, el famoso autor clásico de la ciencia política, Jean Bodin, elaboró una definición jurídica de bruja: Aquella que conociendo la ley de Dios intenta realizar alguna acción mediante un acuerdo con el Diablo.

Pero la cruzada de la Iglesia contra las brujas había empezado incluso antes del “descubrimiento de América”. En 1484, el papa Inocencio VIII decretó que las brujas eran herejes, lo cual dio origen a las famosas cacerías en su contra dirigidas por los inquisidores bajo la guía de un manual escrito por los frailes dominicos Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, el famoso Malleus Maleficarum o Martillo de las brujas.

De acuerdo con Frank Donovan (Historia de la brujería, 1989), el dichoso librito “es un tratado minucioso sobre cómo descubrir, examinar, encarcelar, interrogar y torturar a las brujas, con especial hincapié en el procedimiento para obtener confesiones”.

Para empezar, las denuncias de brujería debían ser admitidas sin importar su procedencia, el acusador podía ser un niño, un preso, otra bruja, e incluso se recibían las acusaciones anónimas o se podía actuar a iniciativa de los inquisidores, quienes citaban a San Bernardo, pues afirmaba que un hecho evidente bastaba para justificar el cargo de herejía.

Recibida la denuncia, puesto que, según la práctica judicial era prácticamente imposible que la acusada de brujería fuera inocente, había que obtener la confesión por cualquier medio, incluyendo la fuerza. Para los inquisidores de la época, la mera sospecha era base suficiente para ordenar la tortura. Aunque los medios y procedimiento para la tortura variaban entre los países europeos, para la Inquisición hubo tres tipos:

Tortura preparatoria. Se conducía a la acusada a la cámara de tortura, se le desnudaba y se le mostraban los instrumentos del suplicio. Se le invitaba a confesar y si no lo hacía, preparaban algún aparato, como el potro, para iniciar el tormento. Pero antes se le llevaba aparte y se trataba de persuadirla para que dijera la “verdad”.
Tortura ordinaria. Se denominaba estrapada y consistía en atar las manos de la bruja por la espalda y elevarla en el aire mediante cuerdas y poleas. Generalmente se le dejaba colgando un par de horas.
Tortura extraordinaria. Llamada también squassamento, agregaba pesos a la elevación de la bruja y prolongaba el colgamiento hasta que las coyunturas comenzaban a vencerse, tras lo cual se le dejaba caer de súbito, pero deteniéndola antes de golpear el suelo.
Sometida a tormento, la bruja debía responder a una serie de preguntas que representaban su autoincriminación. Si admitía los cargos, la tortura cesaba temporalmente. Pero era aplicada de nuevo para que revelara los nombres del resto del aquelarre. Entre las preguntas comunes que debían responder, se encontraban:

¿Cuánto tiempo hace que eres bruja? ¿Por qué te has hecho bruja? ¿Cómo te has hecho bruja y qué ocurrió en esa ocasión? ¿Cómo se llama tu señor entre los malos espíritus? ¿Cuál es el juramento que te viste obligada a prestarle? ¿Qué demonios y qué otros humanos participaron en el sabbat?

Una vez que la bruja confesaba y daba los nombres de sus cómplices, el tribunal eclesiástico la declaraba culpable de herejía y la entregaba a los jueces civiles para que le impusieran el castigo. Entonces la bruja era juzgada por segunda vez y se le sentenciaba a ser ejecutada.

El día del ajusticiamiento se hacía sonar las campanas de la iglesia para invitar al público. Se organizaba una procesión que encabezaban las autoridades, seguidos de guardias, el verdugo, sus ayudantes y las condenadas con sogas atadas al cuello. Llegados al cadalso, se leía la sentencia con la descripción de los crímenes cometidos por la bruja, a quien se invitaba a reconocer la justicia de su castigo. Si se negaba, se prescindía de la “cortesía” de ahorcarla antes de ser quemada en la pira.

La razón de este tipo de muerte se basa en una interpretación de lo escrito por San Agustín, pues se dice que afirmó que todo hereje iría al fuego eterno, cuyas llamas serían preparadas por el Diablo y sus ángeles caídos.

Para Marvin Harris (Vacas, cerdos, guerras y brujas, 1989), el principal resultado del sistema de caza de brujas, además de una montaña de cuerpos carbonizados, consistió en que los pobres verdaderamente llegaron a creer que sus penurias eran causadas por diablos y brujas, en lugar de reyes, príncipes y papas.

¿Murió tu ganado, se perdió la cosecha, enfermaste, falleció tu hija? Brujas, brujas y más brujas.

Del total de ejecuciones ocurridas en el suroeste de Alemania entre 1562 y 1684, el ochenta y dos por ciento de las brujas eran mujeres. “Viejas indefensas y parteras de la clase baja eran normalmente las primeras en ser acusadas en cualquier brote local” (Harris, p. 206). En otras palabras, mujeres inocentes que fueron sacrificadas para aplacar el miedo de sus comunidades. Por eso es tan peligroso hacer del otro el enemigo, el delincuente, y perseguirlo hasta exterminarlo. También esas furias son como Cronos, terminan por devorarnos a todos.