“Las brujas son mujeres casi siempre débiles y decrépitas, de edad avanzada,
de sentidos menguados, en una palabra, trabajadoras y miserables abuelas”.
– Johann Weyer. De Praestigiis Daemonum et Incantationibus ac Venificiis.

En el imaginario occidental una bruja es representada como una mujer fea, malvada, de nariz prominente, con verrugas en el rostro y las manos, pero, en la Edad Media y el Renacimiento, una bruja era una mujer que tenía pactos con los demonios y por lo tanto, era la culpable de muchos de los males del mundo.

Para Marvin Harris (Vacas, cerdos, guerras y brujas, 1989), el principal resultado del sistema de caza de brujas, además de una montaña de cuerpos carbonizados, consistió en que los pobres verdaderamente llegaron a creer que sus penurias eran causadas por diablos y brujas, en lugar de reyes, príncipes y papas.

¿Murió tu ganado, se perdió la cosecha, enfermaste, falleció tu hija? Brujas, brujas y más brujas.
Esta caza incluso llegó a la entonces Villa de Culiacan, cuando en 1627 sus habitantes fueron llamados a declarar por el tribunal de la Santa Inquisición, acusados de cometer prácticas de hechicería y brujería.

Pero más recientemente, historiadoras, escritoras y activistas feministas, han señalado que existe una gran relación entre el feminismo y la figura de las brujas, tanto que incluso las mujeres acusadas de brujería pudieron ser, sin saberlo, las primeras feministas.

Es en este sentido que desde Revista Espejo realizamos este trabajo especial en el que incluímos, además de una relatoría de lo que fué la caza de brujas en la Edad Media, algunas anécdotas locales que tienen que ver con el paso de la Santa Inquisición por Culiacán en el Siglo XVII, la leyenda urbana de un árbol de encino en el Congreso de Sinaloa en donde personas desconocidas realizaban rituales y, por último, una reflexión en la que se analiza el concepto de brujas bajo la óptica de mujer empoderada y la resignificación del término por parte de colectivos feministas.