Hace varios siglos, Alexander von Humboldt, un científico de renombre, equiparó nuestro hermoso país con un cuerno de la abundancia, pues su forma y las riquezas naturales que en él encontró evocaban la comparación. Actualmente, esa teoría ha sido puesta en duda: ¿cómo el país de la abundancia podría contar con el 44% de su población en pobreza? La respuesta es que, tristemente, el problema no es la falta de recursos naturales, como lo comprueba el desempeño agrícola de México.

En nuestro país contamos con alrededor de 200 productos agrícolas, siendo la agricultura el tercer sector que más aporta al Producto Interno Bruto. Adicionalmente, emplea al 13% de la fuerza laboral del país, lo cual remarca aún más la importancia que tiene la agricultura en nuestro desarrollo y posicionamiento a nivel global. El aprovechamiento de nuestra biodiversidad y las condiciones climáticas favorables nos posicionan como líderes mundiales en hortalizas y en cultivo de fruta.

Esto significa que, a pesar de las adversidades en el campo y las condiciones de desigualdad, la agricultura sale adelante para apoyar a mantener el país en movimiento: en el primer trimestre de este año, 6.4 millones de personas se dedicaban a este giro, además de haber conseguido exportaciones agroalimentarias con un valor de 18 mil setecientos millones de dólares solo de enero a mayo de 2021. Si logramos estos indicadores con apoyos cuestionables al sector y una limitada penetración tecnológica, podríamos consolidarnos como una verdadera potencia, si enfocamos los esfuerzos y recursos adecuadamente.

Nos encontramos en un punto de la historia que el esfuerzo puede transformarse más allá de un rendimiento lineal a uno exponencial, donde cada recurso que se incremente replique con mayores beneficios a cada vez un menor esfuerzo. Para ello, se requiere de la implementación de nuevas tecnologías y herramientas que, si bien se utilizan en algunas partes del país, son virtualmente inalcanzables para la mayoría de los productores agrícolas, sobre todo aquellos que se dedican a la agricultura familiar y su resultado depende del clima, el comportamiento del mercado internacional y, en ocasiones, los apoyos gubernamentales.

Esto sin contar a los millones de familias que se dedican a la agricultura de subsistencia, produciendo lo necesario para sobrevivir… pero con potencial de convertirlo en un negocio sustentable y que contribuya a lograr la añorada independencia alimentaria y eliminar el hambre de nuestro vocabulario.

La agricultura es ya una fortaleza de nuestro país, aunque aún no lo sea tanto por mérito de las autoridades, sino por lo fructífero del campo y los conocimientos ancestrales para trabajar la tierra, así como por los esfuerzos de las familias que se dedican a este sector, que conllevan importantes sacrificios y preocupaciones ya que, después de todo, dependen en gran medida de los caprichos de un clima cada vez más loco y de los vaivenes de un mercado que ajusta y desbarata los precios en cuestión de segundos. ¿Imaginas lo que podríamos lograr con nuestros campos si aplicamos tecnologías que permitan optimizar cada centímetro de tierra fértil mexicana?

Nuestros campos son indispensables, aún no se vislumbra en el futuro cercano una razón para que no necesitemos de ellos para tantas cosas, sobre todo si buscamos reducir el uso de plásticos y productos no biodegradables. Desde alimento hasta ropa, combustible y envolturas, el campo mexicano produce maravillas, especialmente cuando nuevos talentos e ideas frescas se mezclan con lo tradicional logrando, de esta manera, innovar en uno de los sectores económicos más ancestrales de la humanidad.

En su momento, domesticar cultivos y trabajar el cambo nos permitió alcanzar un punto de inflexión para el desarrollo humano: logramos establecernos en lugares específicos y controlar nuestra dieta. Ese momento cambió todo: desde nuestras características físicas hasta nuestra esperanza de vida y el aprovechamiento de nuestro tiempo de ocio. Nos encontramos en un panorama muy distinto, donde las megalópolis han reemplazado las pequeñas aldeas rurales y los campos se han movido a los extremos de las zonas urbanas… un panorama en el cual, una vez más, la agricultura podría ocasionar una disrupción importante en nuestro estilo de vida y los patrones de consumo.

La producción del campo puede ser un aliado indispensable para transitar a esquemas autosustentables que apliquen el principio más importante de la economía azul: todo tiene un uso.

Para ello, debemos nivelar el campo de juego de tal forma que las herramientas tecnológicas y las mejores prácticas se encuentren al alcance de muchas más personas. En una sociedad moderna como la nuestra, solemos obviar lo que está fuera de nuestra vista. Podemos caer en la trampa de pensar que la agricultura ya no es tan importante, que lo de hoy es la producción de experiencias y servicios pero, ¿qué de lo que tenemos quedaría en pie si eliminamos este eslabón esencial de la producción?

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