Arturo Guevara Niebla: un recuerdo universitario
“Mis primeros encuentros con Arturo ocurrieron a finales de los setenta en la escuela de Derecho de la UAS, cuando él regresaba de cursar su maestría en Sociología en la FLACSO (si mal no recuerdo). Junto con algunas amigas y amigos conformamos una pequeña agrupación estudiantil que luego dio paso a la intentona de conformar una organización más amplia, la Coordinadora Estudiantil Sinaloense”.
Supe de Arturo Guevara Niebla por el libro Sinaloa: estudiantes en lucha, inspiradora crónica del movimiento estudiantil de los sesenta y principios de los setenta en Sinaloa, escrita por Liberato Terán Olguín. Ahí se refería su destacada participación en aquella gesta, siempre como integrante de la Comisión Coordinadora de la Federación de Estudiantes Universitarios de Sinaloa (FEUS), una organización que –tal y como relata Liberato Terán- pasó de coronar reinas en festejos estudiantiles a reivindicar el derecho a la autonomía de la hasta entonces Universidad de Sinaloa.
Me enteré de su muerte el 7 de abril pasado en Hermosillo, Sonora. Curioso que la fecha de su fallecimiento coincida con la del asesinato de María Isabel Landeros y Juan de Dios Castillo, jóvenes preparatorianos que cayeron abatidos en 1972 en un intento de asalto de las fuerzas policiacas al edificio central de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS). Arturo asumía el carácter luctuoso de esa fecha, pero insistía en que la memoria universitaria no debería olvidar el 10 de abril, día en que, ese mismo año de 1972, el Congreso del Estado aprobó una Ley Orgánica que consagraba el cogobierno paritario como criterio de conformación de los consejos técnicos y el Consejo Universitario, máximos órganos de decisión en las escuelas y en la universidad respectivamente.
Mis primeros encuentros con Arturo ocurrieron a finales de los setenta en la escuela de Derecho de la UAS, cuando él regresaba de cursar su maestría en Sociología en la FLACSO (si mal no recuerdo). Junto con algunas amigas y amigos conformamos una pequeña agrupación estudiantil que luego dio paso a la intentona de conformar una organización más amplia, la Coordinadora Estudiantil Sinaloense. Ya desde entonces, Arturo acompañó con simpatía nuestros afanes. En las reuniones con él empezamos a estudiar la experiencia de los movimientos estudiantiles en América Latina y México, insistiendo siempre en las lecturas gramscianas del argentino Juan Carlos Portantiero y de Gilberto Guevara Niebla, dirigente del 68 y hermano de Arturo, entre otros autores. Demasiado tarde para nosotros: nos sentamos a la mesa de esa generación cuando ya estaban levantando los platos.
A contrapelo de la versión oficial de la izquierda partidista, ya a mediados de los setenta entronizada en la UAS, Arturo Guevara Niebla sostenía que en el camino del movimiento de reforma de 1966 a la destitución del rector Gonzalo Armienta Calderón en 1972, pasando por el trágico episodio del radicalismo entre 1973 y 1977, hasta la institucionalización de la izquierda (encabezada por el PCM), la UAS y su movimiento habían extraviado sus señas de origen y su primer desiderátum que era transformar a la UAS por la vía de la democracia, el autogobierno y el respeto a la pluralidad. El antiautoritarismo, el doctrinarismo y el instrumentalismo político sentaron sus reales en el más importante centro educativo del noroeste de México. Con ello, se perdió de vista lo esencial académico y la posibilidad de tender puentes de relación, desde sus funciones naturales, de la universidad con su entorno social. No abundaré en algo que he abordado a profundidad en un libro, Izquierda y Universidad: un discurso rampante, en buena medida un saldo de cuentas con mi propia experiencia y las largas charlas con mi maestro de aquellos años, Arturo Guevara Niebla.
Con Arturo transité, junto con otras y otros compañeros de mi generación, a la militancia partidista en el Partido Mexicano de los Trabajadores, organización de la que salimos después de la expulsión del comité estatal (conformado por el mismo Guevara, Alonso Campos Encines, Víctor Arnoldo Vega, Roberto Airola, Gilberto Espinoza y Matías Lazcano, entre otros) para pasar, con una breve estación en el Movimiento de Acción Popular (MAP), a incorporarnos al ensayo de unificación de la izquierda que alentó el nacimiento del Partido Socialista Unificado de México (PSUM).
Y fue en ese periodo también en el que se desplegó la lucha por la defensa de las preparatorias universitarias contra el gobierno de Antonio Toledo Corro. Ese fue el marco del reencuentro de Guevara Niebla y parte de la corriente reformista del anterior movimiento universitario con el grupo más “liberal” del ex PCM, encabezado por el entonces rector Jorge Medina Viedas junto con Liberato Terán Olguín, César Velázquez Robles y Melchor Inzunza, entre otros. Con la incorporación de Carlos Calderón Viedas (otro destacado dirigente de las luchas de los sesenta y setenta) a la administración de Jorge Medina, bajo el lema “Nueva Universidad”, se echó a andar un Plan Universitario de Desarrollo del que Arturo, Carlos Calderón y Liberato Terán fueron principales promotores institucionales. Ese reencuentro se frustró: fueron muchas las resistencias que desde la ortodoxia militante de izquierda se opusieron al intento emprendido desde la rectoría de Jorge Medina Viedas.
En el PSUM las cosas no fueron mejor. En la universidad las disputas eran con un poderoso sindicato que no estaba dispuesto a ceder en las conquistas gremiales que garantizaban control político al precio de subordinar lo esencial académico, aunque había también, hay que decirlo, auténtica convicción de transformar las cosas instrumentalizando a la universidad. En el partido, una tras otra, las batallas de Arturo Guevara y su corriente se perdieron ante la disciplinada mayoría de militantes universitarios que encabezaba Audómar Ahumada Quintero, un importante dirigente sindical y partidista que arribaría a la rectoría inmediatamente después de la gestión de Jorge Medina.
Ahora que falleció Arturo Guevara Niebla, su recuerdo me llega intempestivo junto al de otros universitarios que fueron parte de un periodo convulso, plagado de riesgos y pletórico de esfuerzos generosos, pero también de sectarismo, intolerancia y dogmatismo. Antes de Arturo se fueron de este mundo Liberato Terán Olguín, Jorge Medina Viedas y, en medio de la pandemia, Audómar Ahumada. No tenemos todavía el balance de esa generación, fundamental para entender, por lo menos en parte, la inacabada modernidad sinaloense. Los destinos de sus miembros avanzaron por muy diversos senderos: la función pública, la asesoría a gobiernos y sectores privados, la academia, la burocracia partidista, el mero retiro a una farfullante privacidad. Acaso esas vidas, esos talentos y esas experiencias hubieran debido tener, como alguna vez lo comentó Carlos Calderón Viedas, una mayor y más definida vocación de poder. Una vocación más cercana a lo asequible y más comprensiva del mundo que irremediablemente cambió. Una vocación al mismo tiempo menos pretenciosa y más modesta, menos ideológica y más acotada.
Hablaríamos entonces, quizá, de otro rumbo histórico en la región. Contra el dictum historiador, no sobrará el ejercicio de historia contrafáctica.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.
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