Reflexiones

Ronaldo González Valdés

Culiacán: cuatro estaciones de un día inconcluso

Este es, sin duda, uno de los más gravosos costos que la gente seguirá pagando a costa de su erario emocional y racional

Primera estación: inicia el día.

Culiacán es esa ciudad en la que, muy temprano, la gente te saluda y desea un buen año al ir a ejercitarte en un precioso parque botánico; esa misma ciudad que, te enteras al regresar a casa, se encuentra súbitamente inmersa en una espiral violenta, presa de una ruidosa confusión incrementada, minuto a minuto, por el amontonamiento de especulaciones en las redes, los grupos de whats, los videos de bloqueos, casetas de peaje tomadas, despojo e incendio de vehículos y enfrentamientos entre grupos armados y fuerzas del orden en las calles. Y sí, como cada día al volver de nuestra rutina habitual en la pista a la que llamamos “La Milla”, mi hija nos espera en la banqueta para llevar alimento a los gatos abandonados en distintos puntos de esta capital poblada por un millón de almas. Tomo el móvil, brotan a borbotones las noticias e imágenes de la pantalla. Lo que sigue es la angustia. Ignorante de los acontecimientos, mi hija se ha ido ya a hacer su recorrido. Afortunadamente está de vuelta muy rápido. En su primera estación gatuna, es advertida por un velador: “Váyase de inmediato a resguardarse, joven. La cosa está muy caliente en todas partes”. El Gobernador primero y el Presidente después, anuncian que informarán en unas horas acerca de lo que sucede. La incertidumbre persiste, la ciudad se paraliza por completo

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Segunda estación: avanza la mañana.

Los rafagazos resuenan ya por mis rumbos. Por todos los rumbos. Las explosiones y el traqueteo de armas detonándose se escuchan cada vez más nítidas. Para todos los efectos prácticos, desde las seis de la mañana se ha declarado el estado de sitio. Y aquí estamos agarrotados, temerosos y expuestos a los impactos de esos otros proyectiles letales, las fake news derramándose insidiosas desde aquellos y estos dispositivos. Una vez más, como ocurrió el 17 de octubre de 2019, McLuhan se transmuta en el título del libro de Juan Cueto Alas: El miedo es el medio. Entre nueve y diez de la mañana, recibo en tres grupos de WhatsApp el siniestro mensaje: “Gente, a partir de las 3 PM van a cortar servicios. Tienen secuestradas la CFE y la JAPAC (Junta de Agua Potable de Culiacán) (…). Se prevé que empiecen a saquear casas a partir de las 5 PM si no se arreglan las cosas y van a empezar a disparar a civiles a las 7 PM en catedral”. Más allá de esta plaga mediática, sin embargo, a diferencia de otros momentos posteriores a los hechos de hace tres años, en este segundo Jueves Negro no se trata de un tema de psicosis: esta es una realidad agitada por una tremolina de hechos muy reales e inmediatos, columnas de humo y estruendos metálicos no sólo en esta capital, también en Los Mochis, El Fuerte, Choix, Navolato, Guasave, Badiraguato y Mazatlán. No pasa sólo en las zonas urbanas, también en comunidades rurales y carreteras. Un pasmoso espectáculo de logística y despliegue violento.

Tercera estación: mediodía.

El Secretario de Gobernación y el Secretario de Defensa Nacional informan que en un operativo especial fue detenido Ovidio Guzmán, hoy en la madrugada, en la sindicatura de Jesús María, una población ubicada a unos cuantos kilómetros de Culiacán. El Secretario de Seguridad Pública del estado reporta siete policías y algunos militares heridos en la maniobra. La conocida frase se invirtió: estos no son los polvos de aquellos lodos, sino al revés, estos son los lodos de los polvos levantados por el Culiacanazo. Las centrales de autobuses y los aeropuertos siguen sin prestar servicios. En la capital, una aeronave con contingentes militares fue recibida a balazos en pleno aterrizaje. Se ha controlado un motín en la penitenciaría de Culiacán para evitar una fuga de reos como la ocurrida el primer Jueves Negro. En twitter, facebook y whats, empiezan a aparecer mensajes instando a las personas a salir de sus casas, mientras que en radio y televisión se insiste en mantenerse a resguardo. Inevitablemente me pregunto si la resiliencia de que tanto hablan las autoridades cuando pretenden levantar el ánimo de los sinaloenses no es, en realidad, más que pura y dura resignación. Resignación salpicada, aunque en esta ocasión justificadamente, de episodios de psicosis: este es, sin duda, uno de los más gravosos costos que la gente seguirá pagando a costa de su erario emocional y racional. Sea cual sea el desenlace de los sucesos, somos una sociedad más susceptible a la tensión psíquica y afectiva porque la percepción de la vulnerabilidad y el riesgo se ha tornado epidérmica.

Cuarta estación: ¿mañana será otro día?

Transcurre la tarde. Mi familia se encarga de actualizar mi presentido sentido común. Los hijos me piden dejar de asomarme a las pantallitas y pantallotas, descansar un rato de tanta alienación noticiosa, salir un momento de la exposición a esta suerte de irracional proceso kafkiano. Con todo, me entero de los saqueos de tiendas de conveniencia y abarrotes, de los asaltos a transeúntes y robos de vehículos en medio del caos desatado, del secuestro de personal médico y ambulancias para atender a personas del “otro bando” lesionadas en las refriegas del extenuado día. ¿Qué nos aguarda? En sus consideraciones a bote pronto, publicadas a mediodía, Alejandro Hope reconoce que, ahora sí, el operativo fue planeado para controlar daños, en horas todavía inhábiles y en una zona escasamente poblada del municipio de Culiacán, pero conjetura el abigarramiento de conflictos propio de estas situaciones (en https://www.eluniversal.com.mx/opinion/alejandro-hope-expres/la-captura-de-ovidioguzman-primeras-reacciones). Mañana será viernes y la ciudad despertará otra vez resignada, literal y físicamente marcada por nuevos signos que engrosarán el palimpsesto que es la ciudad-texto. ¿Serán signos inteligibles o apenas gruesas muescas? ¿Podrá encontrarse un sentido en el cascajo todavía humeante de lo que ahora ha sido calcinado? Son las siete de la noche. Las cosas han entrado en una tensa calma. Esperemos que así prosigan. Me dispongo a continuar la lectura del David Grossman de Escribir en la oscuridad, esperando que no se acentúe la desesperanza: “una desesperanza que es el combustible que hace posible que las situaciones distorsionadas persistan durante años, durante generaciones”.

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¿En verdad mañana será otro día?

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.

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