Desperdicio de alimentos y hambrunas
En el mundo, se estima que cincuenta millones de personas se encuentran al borde de la hambruna
Vivimos en un mundo en el que, para muchos de nosotros, pedir distintos productos y alimentos toma apenas unos segundos a través del teléfono y de aplicaciones móviles. Pareciera que proliferan las opciones para comer: desde comida casera hasta gourmet, pasando por alimentos vegetarianos y veganos, entre muchas otras adecuaciones dependiendo de la dieta y las preferencias de las personas. En este panorama, parece surreal que la hambruna y la desnutrición estén aumentando a un ritmo acelerado. En 2022 la aterradora cifra alcanzó 345 millones de personas experimentando hambre extrema, más del doble que en 2019, según datos entregados a la Organización de las Naciones Unidas. Además, en el mundo, se estima que cincuenta millones de personas se encuentran al borde de la hambruna, situación que se vio exacerbada con los conflictos bélicos, el cambio climático y la pandemia de COVID-19.
Es apabullante ver cómo las crisis sanitarias, políticas y sociales alrededor del mundo han tenido un impacto de retroceso en años de combate contra el hambre, a pesar de que esta lucha en particular se ha considerado prioritaria alrededor del globo en las últimas décadas.
En 2017, la ONU estimaba que diariamente morían 24 mil personas de hambre o causas relacionadas, lo que representaba al 16% de las muertes diarias en el mundo. Estimaciones de 2022 hablan de una muerte por hambre cada cuatro segundos. Antaño, las hambrunas llegaron al grado de definir el futuro de las naciones: ganar o perder guerras, el comienzo de revoluciones violentas, siendo elementos detonantes para generar cambios trascendentales. Actualmente, se trata de un malestar social que crece cada vez que enfrentamos una crisis sin que den soluciones concretas, en una situación que en ocasiones ni siquiera cuenta con suficiente visibilidad para aquellos que cuentan con el privilegio de saber que comerán algo antes de irse a la cama a descansar.
De acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), se necesitarían 7 mil millones de dólares para evitar la hambruna en el mundo. Según David Beasley, director del PMA, bastaría con un 0.36% del total del patrimonio de los multimillonarios para erradicar la hambruna en el mundo. Sin embargo, no se trata de dinero únicamente, sino de encontrar las maneras para suministrarlo adecuadamente de tal forma que la ayuda llegue precisamente a aquellos que lo necesitan Es un tema de vida o muerte que orilla a familias de todo el mundo a tomar decisiones drásticas para alimentar a sus hijos o darles vidas mejores, situación que también se convierte en un umbral para el trabajo infantil, la deserción escolar y otras situaciones de mayor gravedad.
Mientras esta situación avanza, vemos cómo el clima se vuelve más extremoso, situación que reverbera en diversos cultivos, causando pérdidas de millones de hectáreas de alimentos. Los precios de los combustibles aumentan y con ello los costos de producir, transportar y procesar alimentos. Como resultado, en 2021 2,300 millones de personas padecieron inseguridad alimentaria moderada o grave, 350 millones más que antes de la pandemia.
Al tiempo que adquirir comida saludable o, al menos, la canasta básica, se vuelve inalcanzable y la desnutrición y emaciación aumentan, en otras partes del planeta se desperdicia entre un cuarto y un tercio de la producción anual de alimentos, el equivalente a mil trescientos millones de toneladas de alimentos. Las raíces, frutas, hortalizas y semillas son de los alimentos que más se desperdician, dado que se estima que podría perderse hasta la mitad de estos. Es decir, que mientras millones se encuentran con su salud mermada y en riesgo constante de morir por inanición o desnutrición, en un año desperdiciamos suficiente comida para alimentar a 2 mil millones de personas.
Entonces, no se trata de que no haya alimentos suficientes, sino de fallas estructurales en su distribución y tratamiento que castigan constantemente a los más vulnerables.
Los fenómenos de pérdida y desperdicio de alimentos se relacionan con distintos factores: por un lado, las pérdidas se relacionan más con el medio ambiente y situaciones emergentes, por el otro, el desperdicio se relaciona con la decisión de desechar alimentos con valor por motivos diversos que van desde que los productos no se consideran estéticamente perfectos hasta que los productores prefieren dejar que se pierda a venderlos a un precio muy bajo. Sería sencillo culpar únicamente a los agricultores, minoristas y mayoristas, pero datos de la ONU rastrearon que el 61% del desperdicio de alimentos proviene de los hogares, el 26% a los servicios de alimentos y el 13% al comercio, regresando la responsabilidad de esta situación en cada uno de nosotros; a los individuos que compramos alimentos que no vamos a consumir para que caduquen o se echen a perder en nuestros refrigeradores o fruteros.
El problema no se limita a países “pobres” o “ricos”, sino que permea en todas partes del mundo, en gran parte ligado al patrón de consumismo insostenible al que nos hemos acostumbrado. Lo terrible de esto no solo es el impacto en el medio ambiente, sino la triste realidad de que mientras algunos podemos comprar más de lo que podemos comer, al grado que terminamos desechándolo, madres y padres de familia en todo el mundo arropan a sus hijos cada noche sin saber si conseguirán alimento en los próximos días o, incluso, si despertarán para ver un nuevo amanecer.
Soluciones hay varias. Se requiere redistribuir, reducir el desperdicio y optar por consumir localmente. Alternativas como los huertos de peces podrían ser claves en la resolución de esta situación, más no serán suficientes mientras no generemos consciencia. Es imperativo que recuperemos el valor de la vida humana, entendiendo que el dinero y la generación de riqueza no puede seguir siendo nuestra prioridad ni el espíritu detrás de nuestros proyectos y emprendimientos.
El cambio está en cada uno de nosotros, tenemos lo suficiente, necesitamos que se utilice de manera óptima y equitativa.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.
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