Reflexiones

Ronaldo González Valdés

El Chino Ley: historiar el recuerdo

Sin duda, un personaje de la vida empresarial y, quizá en contra de su propia voluntad, de la vida pública sinaloense. Con él no se fue una época ni se perdió una tradición o se disolvió una mentalidad. Su familia perdió a un pilar, el corporativo perdió a su patriarca empresarial. A sus seres queridos y cercanos no hay más que expresar, en la fecha luctuosa, el respeto y el reconocimiento a un hombre destacado de nuestra historia reciente y aun de nuestra hora actual.

Un 22 de enero como hoy, hace seis años, falleció Juan Manuel Ley López, el Chino Ley. Sin duda, un personaje de la vida empresarial y, quizá en contra de su propia voluntad, de la vida pública sinaloense. Con él no se fue una época ni se perdió una tradición o se disolvió una mentalidad. Su familia perdió a un pilar, el corporativo perdió a su patriarca empresarial. A sus seres queridos y cercanos no hay más que expresar, en la fecha luctuosa, el respeto y el reconocimiento a un hombre destacado de nuestra historia reciente y aun de nuestra hora actual. A propósito de la fecha, acaso valga la pena comentar lo que, desde diferentes niveles de percepción, trae a mi mente la figura de Juan Manuel Ley López.

1. Del Chino Ley tengo recuerdos desde mi infancia. Toda la segunda mitad de los sesenta, como el resto de mis hermanas y hermanos, mi madre me mandó a comprar frijol, azúcar, café y demás víveres a aquella tienda de Ley por la calle Rubí, en el centro histórico de Culiacán. Esos son recuerdos que conservo con toda nitidez en mi memoria, recuerdos sedimentados en aquel cerebro infantil con hardware macizo y recién estrenado. Recuerdos de los rancheros serranos que, apenas bajando de las tranvías por la calle Morelos, dirigían sus pasos a las tiendas Castaños, Armenta Hermanos, al mercado Garmendia o al abarrote de los Ley. Y ahí estaba Juan Manuel, todavía joven, en mangas de camisa, atendiendo y organizando el establecimiento con su padre al mando y sus hermanos en la trajina desde que Dios amanecía hasta que Dios anochecía. Su trayecto de vida marca el tránsito de una economía, y particularmente de una actividad comercial, sustentada en un sistema productivo local a otra orientada a lo global: ese abarrote se convirtió en una gran cadena de supermercados con presencia en Sinaloa y otros lugares del norte de México. Acaso de los centros de suministro de bienes en Culiacán, sólo los mercados Garmendia y Buelna sigan dependiendo de un sistema productivo local. Lugares en los que es tan absurdo no regatear con el locatario como lo es ahora hacerlo con la cajera de un supermercado. No se pide “pilón” (tradicional práctica instaurada por los comerciantes chinos) al dependiente del súper pero es casi obligatorio hacerlo con el abarrotero arremangado detrás de una barra olorosa a especias, piloncillo y granos.

Telegram: http://t.me/RevistaESPEJO

LEE MÁS: Mestizaje culichi | Los chinos trajeron el béisbol, el ‘pilón’ y el servicio a domicilio a Culiacán

2. Para la historia social hay un buen material de trabajo. El señor Juan Lee Fong, padre de Juan Manuel, llegado a estas tierras en 1911, quien cambió su nombre por el de Juan Ley Fong, vivió los tiempos de la feroz (y en más de un sentido injusta) campaña antichina llevada a cabo desde ese mismo año hasta 1934 por algunos jefes revolucionarios, las oligarquías regionales de comerciantes y los primeros gobiernos de la Revolución (y anteriores a ellos, como fue el caso de la presidencia de Victoriano Huerta), episodio particularmente álgido y dramático en el norte del país. ¿Cómo libró Lee Fong la persecución, el escarnio interesado y el terrible arranque xenofóbico? El año de 1954, Don Juan Lee Fong llegó a Culiacán, ya con su familia mexicana, los Ley López, proveniente de Tayoltita, Durango, donde había encontrado refugio de la persecución. Con la discreción que siempre los ha caracterizado en su vida pública, los hermanos Ley y su descendencia han hablado poco de su historia familiar. Desconozco si exista un estudio que documente este pasaje en figuras como el señor Lee Fong. De no existir, creo que ahí tenemos una asignatura pendiente: el cruce del tiempo histórico con el tiempo biográfico puede echar luz sobre rincones de esta historia todavía inexplorados.

¿Habrá archivos familiares, posibilidades de investigación en la tradición oral y la historia de vida aguardando a ser descubiertos y alumbrar zonas aún oscuras de ese pasado regional y nacional?

3. La vida de Juan Manuel Ley López, ilustra una historia de éxito empresarial. Una historia que apoya planteamientos historiográficos como los formulados por Gustavo Aguilar Aguilar en su libro sobre familias empresariales en Sinaloa (Familias empresariales en Sinaloa. Siglos XIX y XX, Culiacán, UAS/Asociación de Historia Económica del Norte de México, 2013): los grupos empresariales soportados en redes parentales firmes y que, además, diversifican sus giros de actividad, son perdurables. Está el ejemplo de los Coppel, y a estas alturas, ya en su segunda generación como corporativo, el de los Ley (que, además de su cadena de tiendas de autoservicio, han diversificado su actividad hacia el mercado del deporte profesional y la agricultura). Más material para los historiadores, ahora para los dedicados a la historiografía empresarial.

Foto: Tomateros.com.mx

4. Desde la óptica más global de la historia económica, sin embargo, la vida y obra de Juan Manuel Ley López documenta también las limitaciones históricas y estructurales de la sociedad regional. El suyo (y el de su corporativo familiar) ha sido el éxito del comerciante que ha incursionado en la agricultura y el mainstream deportivo (su equipo, los Tomateros de Culiacán, ha sido una seña de identidad para cuatro o cinco generaciones de culiacanenses). Como sucede con el resto de los grupos empresariales exitosos en Sinaloa, su emprendurismo no ha supuesto un encadenamiento de valor para nuestra economía. Por lo menos en parte, este énfasis, seguramente inercial, puesto en actividades primarias y terciarias, como ha insistido en observar Guillermo Ibarra Escobar (desde su ya lejano Sinaloa: tres siglos de economía, Culiacán, DIFOCUR, 1993), ha tenido que ver con la situación de medianía en que hoy se debate la economía sinaloense. Según los criterios de la CEPAL, esta región entra ahora mismo en la categoría de territorio estancado con serio riesgo de resbalar hacia territorio perdedor. Algo de esto se explica por nuestra geografía, algo por nuestra historia, algo por la visión de nuestros gobiernos, algo también por la mentalidad de nuestros empresarios. Ante la ausencia de una interlocución organizada y con proyecto, corporativos empresariales de apellidos muy conocidos en la región (y en algunos casos en el país), generan sus propias iniciativas y condicionan al gobierno a su apoyo sin más, es decir, sin considerar las prioridades sociales que, por desgracia, desde la iniciativa pública no se plantean con claridad. Sin duda, la responsabilidad no es exclusiva de los grupos empresariales. Seguramente los gobiernos federales y sobre todo estatales, con todos sus planes modernizadores tan tributarios de los ejercicios puntillosos de planeación y tan carentes de consideraciones acerca de la realidad de la región y su historia, han aportado su cuota. Pese a ello, lo que es claro es que nuestras familias empresariales han estado demasiado ceñidas a la inmediatez y, por tanto, muy limitadas en su impacto en sectores estratégicos como el secundario. Lo que tenemos son grupos empresariales fuertes en los sectores primario y terciario (comercio, turismo y, más recientemente, actividad financiera), en los que por naturaleza no hay agregación de valor a lo producido.

5. Por último, ahora desde el mirador de la historia cultural, la vida y obra de personajes como Juan Manuel Ley López puede documentar también, lo mismo que la de la abrumadora mayoría de ejemplos de empresarios exitosos en Sinaloa, no sólo la escasa incorporación de valor agregado a nuestra economía, sino también a nuestra vida simbólica, a nuestra cultura. La pregunta no ha sido ni siquiera planteada por la historiografía regional: ¿por qué la visión de los principales empresarios sinaloenses ha sido tan limitada en sus alcances históricos, tan poco comprometida con las tareas civilizatorias que siguen emplazándonos como sociedad? ¿Con qué idea de progreso han comulgado nuestros empresarios, qué empresas verdaderamente civilizatorias han emprendido o acompañado? Nuestros empresarios han sido patrones económicos (en algunos casos, como el de Juan Manuel Ley, productivos patrones económicos en su ramo), pero raramente han sido patronos culturales. Por ahí se mueve una excepción contemporánea que, en tanto tal, es decir, en tanto excepción, en buena lógica, sólo confirma la regla.

Queden las consideraciones para los historiadores y sociólogos, quede el recuerdo respetuoso y entrañable de la infancia, de aquellas épicas beisboleras con los Tomateros en el estadio Ángel Flores de Culiacán, quede el deseo de que los Tomateros ganen de nuevo el campeonato de la Liga Mexicana del Pacífico frente a los Charros de Jalisco. Y queden también, ¿por qué no?, los chistoretes tan sinaloenses como aquel de la ciudad en que todo el pueblo se internó en los locales de El Chino porque la autoridad había lanzado la advertencia: “¡vamos a meter al bote a todo el que esté fuera de la ley!”, y en Sinaloa, ya se sabe, el artículo precediendo a todo sustantivo se ha consagrado en los usos del habla: no va uno a la tienda Ley, va uno a la Ley. En el habla sinaloense, esto es de ley.

IMAGEN: Captura de pantalla Youtube Tomateros de Culiacán.

***

Este contenido fue publicado originalmente por Nexos:

“El Chino” Ley: historiar el recuerdo

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO.

Comentarios

Recientes

Ver más

Reflexiones

Ver todas

Especiales

Ver todas

Suscríbite al nuestro boletín