El distanciamiento social llevó nuestra atención a problemáticas y sectores de la comunidad que muchos dábamos por hecho: desde la vulnerabilidad de los miembros del sector salud que día a día exponen su vida por curar a los infectados de COVID-19 – que, por cierto, aún no reciben los tan prometidos apoyos por ello – hasta la pobreza y la desigualdad.

De la noche a la mañana, cambiaron las prioridades de millones de personas resultando en una revaloración de lo que muchos considerábamos indispensable, proceso del cual las vocaciones no fueron excepción. A pesar de que algunos no perdimos de vista la relevancia de profesiones como médicos y maestros, la pandemia llegó a recordarnos que, en general, los hemos menospreciado constantemente. Por eso, hoy quiero dedicar este escrito a todos los maestros de México.

Ser maestro requiere un interés por el futuro, increíbles cantidades de paciencia y, lamentablemente, en nuestro país también implica resiliencia. Los maestros pueden llegar a impactar cientos de jóvenes vidas al año, transformando su visión y expectativas del mundo. Esta profesión es esencial para el funcionamiento social: un buen maestro detona sueños y esperanzas, despierta la creatividad de su alumno y le enseña a pensar, complementando profesionalmente los valores y aprendizajes obtenidos en casa.

Esta noble profesión conlleva responsabilidades ineludibles, así como formación y actualización constante ya que se contribuye en moldear a las futuras generaciones. Requiere realmente amar la vocación, y más de 2 millones de mexicanos lo hacen. No es extraño leer o escuchar historias impresionantes de entrega de ellos para llevar día con día calidad educativa a sus alumnos sin importar nivel socioeconómico o región.

A pesar de ser un rol indispensable en la sociedad, no se encuentra ni siquiera en los 25 empleos mejores pagados del país. En naciones con un alto Índice de Desarrollo Humano, ser profesor se puede encontrar entre las cinco profesiones mejor pagadas. En nuestro país, es común escuchar que los maestros “le terminan perdiendo” ya que constantemente desembolsan de sus ahorros para llevar nuevas actividades a su salón de clases.

Si bien algunos sistemas educativos privilegiados llevan varios años incursionando en el entorno digital, lo cierto es que la mayor parte de las escuelas aún no contaban con la infraestructura o los recursos necesarios para llevar a cambio la transición por lo que se mantenían totalmente analógicas: realizando los trámites presenciales, entregando tareas impresas o a mano, avisando a los padres de familia a través de circulares o, a lo mucho, grupos de Whatsapp.

De pronto, llegó la pandemia que marcó el fin de las clases presenciales hasta nuevo aviso, enviando a los alumnos a casa de manera indefinida. Pero la situación no acababa ahí: ¡el ciclo escolar debía continuar! Así que cientos de miles de profesores en México debieron encontrar la manera de trasladar su aula al mundo digital. Con sus propios recursos y alcances, adaptaron espacios lo mejor que pudieron para poder prender su cámara en videollamadas sin violentar en gran medida la intimidad de sus familias, consiguieron internet y equipos adecuados para transmitir sus clases y realizaron la titánica labor de cambiar su esquema tradicional de trabajo en unos pocos días.

Muchos de ellos vieron duplicarse, o incluso triplicarse, su carga de trabajo, pues no bastaba con preparar una clase para explicarla en el pizarrón: se debía encontrar la manera de hacerlo digital, de dar seguimiento a sus alumnos y revisar sus tareas y exámenes sin salir de casa. Los alumnos trasladaron sus bromas y trampas a lo digital, pero los maestros no se rinden: por amor a su profesión. Algunos no contaban con espacios óptimos para dar su clase, por lo que prácticamente abrieron las puertas virtuales de su casa: enseñando desde la sala o la cocina mientras cuidan a sus propios hijos, madres o parejas.

La pandemia cambió la cotidianeidad, pero la vida debía seguir. Entre los héroes del presente se encuentran nuestros maestros, que encontraron la forma de trasladar un entorno totalmente presencial a uno virtual, motivando a seguir adelante a cada uno de sus estudiantes aún sin poder verlos, consiguiendo los recursos necesarios para continuar con su labor aún contra corriente.

Es momento de dar honor a quien honor merece. No es una competencia entre profesiones, simplemente se trata de valor a los que realmente están poniendo su granito de arena para evitar que la sociedad vaya a la deriva aún en tiempos difíciles… y de darles la mano para ayudarlos en la medida de lo posible. El reconocimiento es el primer paso para transformar nuestra perspectiva: no son los influencer ni los deportistas los que están sacándonos adelante, sino las personas cuya vocación es, de alguna manera, salvar vidas; entre ellos, encontramos a dos millones de maestros que brillan desde la oscuridad para inspirar a los alumnos a seguir creciendo y aprendiendo lo necesario para triunfar.

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