La agenda socialista nunca ha sido más relevante de lo que es ahora. Así dijo de entrada Jeremy Corbin (parlamentario inglés y fundador del Proyecto de Paz y de Justicia) cuando le preguntaron sobre la pertinencia del pensamiento de izquierda en los momentos actuales. Agregó, la pandemia de Covid-19 mostró al mundo las desigualdades en las que vive la gente y la vulnerabilidad de los más pobres a la mala atención médica y el dinero hecho por algunas empresas a raíz de la situación; lo cual, sumado a la crisis ambiental que se enfrenta a nivel global, evidencia la presencia de problemas cuya solución no se puede dejar al libre mercado. 

Comparto la opinión de quien ha sido líder del partido laborista en el Reino Unido y como él creo que, por eso, con matices, en los últimos años se ha observado un resurgimiento de la izquierda en Europa, América Latina y los Estados Unidos. En México, en 2018, la ciudadanía decidió darle la oportunidad a una alternativa que es, de las opciones que tenemos, lo que más se acerca a la izquierda. Lo cierto es que mientras a unos les parece demasiada izquierda, a otros les parece insuficiente. En este escenario de definiciones nos sorprenderá el 2024 y es la oportunidad para valorar si en la ruta en la que las mayorías han decidido avanzar, se acelera el paso o se redirige el rumbo.

Si la respuesta es empujar más al país hacia la izquierda, me parece que unas buenas ideas están contenidas en el libro ¡VIVA EL SOCIALISMO!, escrito por Thomas Piketty y publicado a mediados del 2021. Este economista francés considera que en los años noventa, la sociedad y la economía mundial fue más liberal que socialista, pero que treinta años después el hipercapitalismo ha ido demasiado lejos y que por eso debemos pensar en la superación del capitalismo, a través de una nueva forma de socialismo, participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico y feminista.

LEE MÁS: En México y sus regiones, la pobreza laboral va a la baja

Paso a revisar las reflexiones y orientaciones centrales de Piketty.

En general, ¿de qué estamos hablando?

Piketty habla de un socialismo feminista, mestizo y universalista. De un socialismo participativo que descansa en varios pilares: la igualdad educativa y el Estado social; la distribución permanente del poder y la propiedad, y el federalismo social y la globalización sostenible y equitativa. Sobre cada uno de estos puntos, considera, es esencial hacer una evaluación rigurosa de las deficiencias de las diversas formas de socialismo y socialdemocracia experimentadas en el siglo XX.

Precisa que ha llegado el momento de cambiar el discurso político sobre la globalización. De reconocer que el comercio es algo bueno, pero que, además, el desarrollo sostenible y justo también requiere de servicios públicos, infraestructuras, educación y sistemas de salud, que a su vez exigen impuestos justos. Aceptar que, para los trabajadores, conseguir un salario justo requiere replantearse todo un conjunto de instituciones y políticas complementarias entre sí: los servicios públicos, incluida la educación; el derecho laboral y societario; y el sistema fiscal.

Piketty habla de Europa, pero esto también aplica para todo el mundo cuando dice que, para restablecer la solidaridad de los ciudadanos, es necesario proporcionar pruebas concretas de que existe disposición para hacer que aquellos que han sacado partido de la globalización contribuyan a la financiación de los bienes del sector público de los que hoy cruelmente carecen las mayorías. Esto implica hacer que las grandes empresas contribuyan en mayor medida que las pequeñas y medianas empresas, y que los contribuyentes más ricos paguen más impuestos que los más pobres. Esto no es lo que ocurre hoy en día.

En resumen, treinta años después de la caída del Muro de Berlín, es hora de que la marcha hacia la igualdad, la economía circular y el socialismo participativo retomen su curso. Hace falta una regulación mundial para garantizar la sostenibilidad social y ecológica del planeta, incluida la introducción de una tarjeta individual de emisiones de carbono que prohíba las más elevadas.

La participación de los trabajadores en los consejos de administración de las empresas 

Algo que de manera enfática propone este nuevo socialismo al que podríamos llamar regulación social del capitalismo, es el repensar el papel de los representantes de los trabajadores en los órganos de dirección empresarial. El argumento es que, en los países en los que los trabajadores juegan un papel activo en los consejos de administración —entre un tercio y la mitad de los votos en Suecia y en Alemania—, hay escalas salariales más ajustadas, mayor implicación de los trabajadores en la estrategia de las empresas y, por último, mayor eficiencia productiva. Nada nos impide pensar en nuevas formas de reparto del poder, haciendo que los administradores sean elegidos por asambleas mixtas de empleados y accionistas (lo que permitiría superar el juego de rol entre los administradores a sueldo y los accionistas, así como la mayoría automática de estos últimos).

En la actualidad, los representantes de los trabajadores ocupan la mitad de los puestos en los consejos de administración de las grandes empresas en Alemania, y un tercio de los puestos en el caso de Suecia, independientemente de su participación en el capital. Existe un consenso muy amplio en cuanto a que estas normas han contribuido a una mejor implicación de los empleados en la estrategia de las empresas alemanas y suecas y, en última instancia, a una mayor eficiencia económica y social.

La evidencia es que un sistema de este tipo, que causó un gran revuelo entre los accionistas de los países concernidos cuando se introdujo y que ha exigido intensas luchas sociales, políticas y jurídicas, no ha obstaculizado en modo alguno el desarrollo económico, sino todo lo contrario. Todo indica que esta mayor igualdad de derechos ha facilitado una mayor participación de los empleados en la estrategia de las empresas a largo plazo. Esto significa, en concreto, un mejor reparto del poder en las empresas.

El sistema tributario y la fiscalidad progresiva

Lo que se considera, fundamentalmente, es que, para limitar el poder del capital y su perpetuación, el sistema tributario también debe desempeñar plenamente su papel, en particular a través de la fiscalidad progresiva sobre el patrimonio, para que permita transformar el derecho de propiedad en un simple derecho temporal, al menos en el caso de las grandes fortunas, así como la fiscalidad sobre las herencias en vida. El impuesto progresivo sobre la renta debería contribuir a la obtención de salarios justos reduciendo las diferencias de ingresos al mínimo. 

LEE MÁS: Medio ambiente, océanos, actividades productivas y economía azul

A favor de este planteamiento, Piketty explica que los tipos impositivos y las cantidades que se propone aplicar a las rentas, herencias y patrimonios más elevados, ya se aplicaron en muchos países a lo largo del siglo XX (en particular en Estados Unidos entre 1930 y 1980), y todas las evidencias históricas llevan a la conclusión de que el balance de esta experiencia es excelente. En concreto, esta política no lastró en modo alguno la innovación, sino todo lo contrario: el crecimiento de la renta nacional per cápita de Estados Unidos entre 1990 y 2020 (después de que la progresividad fiscal se redujera a la mitad bajo el mandato de Reagan en la década de 1980) fue dos veces menor que en las décadas precedentes. Para reflexionar, que la prosperidad de Estados Unidos en el siglo XX en ningún modo se debe a la progresión de la desigualdad. 

Gráfico, Gráfico de barras

Descripción generada automáticamente

Imagen que contiene Gráfico de líneas

Descripción generada automáticamente

Tabla

Descripción generada automáticamente

Tabla

Descripción generada automáticamente con confianza media

Por una mayor participación laboral femenina

Imagen que contiene Gráfico de barras

Descripción generada automáticamente

Sobre este tema, Piketty parte de la consideración de que todas las sociedades humanas hasta el día de hoy han sido sociedades patriarcales de una manera u otra. La dominación masculina ha desempeñado un papel central y explícito en todas las ideologías desigualitarias que se han ido sucediendo hasta principios del siglo XX, ya sean ideologías territoriales, propietaristas o colonialistas. 

Sucede que demasiado a menudo, nos resignamos a decir que la brecha salarial entre sexos “a igual empleo” es del 15 o el 20 por ciento. Pero el problema es precisamente que las mujeres no tienen acceso a los mismos empleos que los hombres. Al final de sus carreras, la diferencia salarial media (que luego se transmite en la jubilación, además de las interrupciones en la carrera profesional) es en realidad del 64 por ciento. Si se examina el acceso a los trabajos mejor remunerados, se constata que las cosas evolucionan demasiado lentamente: al ritmo actual, la paridad no se alcanzaría hasta el año 2102.

La propuesta es que, para acelerar el cambio y romper realmente con el patriarcado, deben establecerse medidas vinculantes, verificables y sancionadas jurídicamente, tanto para los cargos de responsabilidad en las empresas, administraciones y universidades como en los parlamentos políticos. Pero la cuestión de la discriminación por motivos de género también debe considerarse en relación con la lucha contra la discriminación étnica o racial, en particular en lo que respecta al acceso al empleo. 

El tema del ingreso universal

El debate sobre la renta básica tiene al menos un mérito: el de recordar que existe un cierto consenso sobre que todo el mundo debe tener un ingreso mínimo. Todo el mundo, de derecha o de izquierda, parece estar de acuerdo en la conveniencia de un ingreso mínimo en torno a ese nivel, no sólo en Francia sino en muchos otros países europeos. En Estados Unidos, los pobres sin hijos tienen que conformarse con cupones de alimento, y el Estado social suele adoptar la forma de un Estado tutelar o incluso carcelario. El consenso europeo debe acogerse con satisfacción, si bien no es suficiente.

El problema del debate sobre la renta básica es que a menudo pasa por alto cuestiones esenciales y, de hecho, parte de una concepción desvirtuada de la justicia social. La justicia social no se resume en 530 u 800 euros al mes. Si queremos vivir en una sociedad justa, debemos plantear objetivos más ambiciosos, relativos a la distribución total de la renta y de la riqueza, y, por lo tanto, de la distribución del poder y de las oportunidades. La ambición debe ser la de una sociedad basada en la remuneración justa del trabajo, en un salario justo, y no solo en una renta básica. Conseguir un salario justo requiere replantearse todo un conjunto de instituciones y políticas complementarias entre sí: los servicios públicos, incluida la educación; el derecho laboral y societario; y el sistema fiscal.

La contaminación del medio ambiente y el cambio climático

Gráfico, Gráfico de barras

Descripción generada automáticamente

Se parte, en este caso, del reconocimiento de que, los principales desafíos de nuestro tiempo son el aumento de la desigualdad y el calentamiento global. Por consiguiente, es preciso establecer tratados internacionales que respondan a estos desafíos y promover un modelo de desarrollo equitativo y sostenible. Estos nuevos acuerdos pueden contener, de ser necesario, medidas para facilitar el comercio. Pero la cuestión de la liberalización del comercio ya no debe estar en el centro. El comercio debe volver a ser lo que nunca debió dejar de ser: un medio para alcanzar metas más altas.

Lo que se plantea es que los países deben dejar de firmar acuerdos internacionales que reducen los derechos de aduana y otras barreras comerciales sin incluir en el mismo tratado, y desde los primeros capítulos, normas cuantificadas y vinculantes para combatir el dumping fiscal y climático, como tipos mínimos comunes de impuestos sobre los beneficios empresariales y objetivos verificables y sancionables de emisiones de carbono. Ya no es posible negociar tratados de libre comercio a cambio de nada.

Para terminar

No me extiendo más, pero, aunque no son aspectos que se abordan de manera explícita en la obra de Piketty, solo preciso que hay otros temas fundamentales de los que el pensamiento de izquierda debía ocuparse para incorporarlos a los programas de gobierno. Entre otros, la cobertura y la calidad de la educación y la salud pública, las desigualdades regionales, la economía circular, el trabajo infantil y el combate a la informalidad.

Lo que Piketty piensa que podría hacerse para los países de Europa, me parece es replicable para otras regiones del mundo. El diseño de presupuestos financiados a través de impuestos a los beneficios de las grandes empresas (nacionales y multinacionales), a los ingresos superiores (de más de 200,000 euros anuales), a los poseedores de mayor riqueza (más de 1 millón de euros) y a las emisiones de carbono (con un precio mínimo de 30 euros por tonelada). Estos recursos servirían para financiar la investigación, la formación y el financiamiento de las universidades públicas, un programa de inversión ambicioso para transformar los modelos de crecimiento económico, la financiación de la recepción y la integración de los migrantes y el apoyo a quienes participen en la gestión de la transformación. También podrían aportar un cierto margen presupuestario a los países para reducir los impuestos regresivos que pesan sobre los salarios o el consumo.

LEE MÁS: ¿Qué tiene que ver la economía de India, con ALC y México? ¿Nuevas oportunidades?

Puede parecer utópico, pero se trata de impulsar el crecimiento y el desarrollo, sin seguir la religión de la propiedad y la desigualdad.

Referencias

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO