Los cambios en el mundo laboral han sido cada vez más fuertes y han presentado atributos diferentes con el pasar de los años, sobre todo en aspectos como el trabajo de la mujer o la cuestión de género en el mercado laboral (Ridgeway, 1992; Navarro y Gámez, 2006).
La Organización Internacional de Trabajo (OIT) presenta diversos informes sobre temáticas laborales en el mundo, y la cuestión de género ha sido siempre constante, pues los datos muestran que cada vez existen más mujeres en el mercado laboral, pero sus ingresos, jornadas laborales, prestaciones, trabajo formal, pensiones y condiciones de salud laboral, son siempre peores para las mujeres que para los hombres (Ridgeway,1992; Sen, 2000; Ghai, 2003; Abramo, 2006).
La desigualdad de género se manifiesta en varios países del mundo en el sentido de renta, es decir, el desnivel salarial entre hombres y mujeres en el mercado de trabajo (Abramo, 2006). Aunque ha habido una inserción masiva de las mujeres en el mercado de trabajo en la sociedad contemporánea, principalmente en la post Segunda Guerra Mundial, aún persisten desigualdades en atribuciones sociales, especialmente en tareas domésticas (Ridgeway, 2011).
Sobre la cuestión de la desigualdad de género, hay una acumulación de desigualdad que se manifiesta a través del aspecto de la desigualdad de estatus (Ridgeway, 2011). O sea, el estatus de género que dan a la desigualdad entre los individuos es organizada con base en la clasificación social (Tilly y Tilly,1998), como machos o hembras, en lugar de los atributos o funciones desempeñadas (Navarro y Gámez, 2006). Sin embargo, las creencias de estatus de género no “actúan” solas, ellas son dependientes de la desigualdad posicional que crean diferencias de recursos y de energía entre hombres y mujeres (Ridgeway, 2011).
Según Cecilia Ridgeway (2014), que trae para el estudio de las desigualdades el objeto “estatus”, argumenta que este no es secundario para la comprensión de las relaciones sociales que generan la desigualdad, pues es un mecanismo independiente y relevante para estudiar. O sea, la profesión escogida, así como el papel social que el individuo desempeña está atrapado mucho más al “estatus” social que se desea obtener con la función desempeñada, que con el salario o dinero obtenido (Ridgeway, 2014).
De esta forma los individuos forman creencias de estatus que el “tipo” de persona que tienen más recursos (por ejemplo, los blancos) son “mejores” que los “tipos” con menos recursos. (…) las creencias de estatus resultantes son compartidas por dominantes y subdominantes igualmente, legitimando la desigualdad (p.3).
Así, la manera de fortalecer la creencia del estatus social, de acuerdo con Ridgeway (2014), es fortalecer el “estilo de vida”, caracterizado por “palabras”, “gustos” estéticos, hábitos, lugares a ser frecuentados, entre otros ethos que caracterizan a las clases sociales y las diferencias. En una sociedad meritocrática, el estatus es legitimado (Ridgeway, 2014).
Para comprender el género, es importante reconocer su característica no exclusiva biológica, y abordarlo como una construcción social de un fenómeno cultural que se va a reflejar en la subjetividad del actor social, su identidad, interpretación del mundo, experiencias, instituciones y estructuras (Navarro y Gámez, 2006). Así, lo que determina las expectativas y comportamientos de género no es el sexo biológico sino el haber vivido desde el nacimiento una serie de experiencias, ritos, valores y costumbres atribuidos (Navarro y Gámez, 2006, p.21).
Esta teoría es unísona con la “teoría de la cola” que plantea que, en el mercado laboral, para asumir un puesto de trabajo hay una “cola” en la cual están primeros los hombres, blancos y luego negros, seguido de las mujeres, blancas y negras (Navarro y Gámez, 2006); o sea, la mujer sufre un acúmulo de desigualdad en el mercado laboral (Ridgeway, 2011). Por tanto, la cuestión de la desigualdad de género en el mercado laboral es, sobre todo una cuestión del estatus social(Ridgeway, 2014), o, mejor dicho, la construcción social de lo que es ser hombre y de lo que es ser mujer en la sociedad (Hirata, 2000; Ridgeway, 2011, 2014; Kergoat, 2003).
Lo que se sostiene en ese trabajo es que además de la cuestión biológica (Navarro y Gámez, 2006), existen construcciones sociales que desde del nacimiento tienen preestablecidos actos, juegos, trabajos, manifestaciones “de hombres” y de “mujeres”. Por ejemplo, los juegos que estimulan la creatividad, la habilidad de fuerza física y manual son enseñadas a los niños, y para las mujeres se les atribuye aquellos relacionados con las actividades del hogar, los juegos como ama de casa, madre, lo cual desde temprano desarrolla ciertas habilidades y miradas hacia el mundo (Hirata, 2000; Kergoat, 2003).
Esta construcción social del estatus de “ser mujer” genera discriminación social (Horbath y Gracia, 2014), hecho que la Organización Internacional de Trabajo (OIT) busca erradicar, pues dicha desigualdad de género (Ghai, 2003) impacta las tasas económicas de diferencia salarial, derechos sociales, jornada laboral, prestaciones, posibilidad de empleo formalizado por contrato de trabajo, impide el alcance del trabajo decente (Abramo, 2006), no precario, generando una sociedad con características de la precarización laboral (Bauman, 2000; Beck, 2000, Standing, 2014a; Kalleberg, 2015).
Es por ello que la OIT promueve el trabajo decente (Ghai, 2003) como una agenda de promoción para el mundo laboral, y uno de los objetivos para alcanzar este tipo de trabajo es la búsqueda por la no discriminación (Horbath y Gracia, 2014), y la equidad en el mercado laboral.
Es decir, que las mujeres tengan derechos y realidades semejantes a los hombres, mismos ingresos para las mismas funciones, oportunidad de estudio y crecimiento profesional, horas de trabajo ecuánime, condiciones de salud e higiene laboral, prestaciones y contrato laboral dignos. Para lograr esa gran meta se requiere del impulso de políticas públicas que coadyuven a reducir la brecha de género en el mundo laboral.
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