Esta historia se construye con la recopilación de tres testimonios de trabajadores del Congreso del Estado con una larga trayectoria en sus respectivas áreas, un guardia de seguridad, una administrativa y un técnico, personas que han visto pasar decenas de legisladores a los largo de 20 ó 30 años.

Se trata de un extraño episodio del recinto del Poder Legislativo que envolvió prácticamente a toda su plantilla laboral, tras una serie de rumores que comenzaron a propagarse por los pasillos acerca de situaciones raras que sucedían dentro del perímetro del edificio por las madrugadas.

Algunos comenzaron a asegurar que por las noches personas ajenas al Congreso ingresaban a realizar una especie de rituales, un conjunto de prácticas ocultistas que asemejaban trucos de magia o hechicería.

Cabe recordar que el edificio que alberga el Poder Legislativo no siempre lució bardeado como actualmente está; por allá del 2005 ó 2006 todavía uno podía entrar sin ningún filtro riguroso, disposición que generaba en muchas ocasiones la intromisión de cualquier tipo de personas por las noches.

Donde hoy se ubican fraccionamientos privados a espaldas del Congreso se conformaba por terrenos tupidos de grandes árboles. En lo que en el presente es el edificio de la Auditoría Superior del Estado (ASE), se encontraba un majestuoso y viejo árbol de ceiba, grueso y elevado que se ramificaba a gran altura del suelo formando una imponente copa.

Es justo este arbusto el principal personaje de esta historia, ya que era alrededor de él donde personas con ciertas creencias particulares y consideradas paganas al dogma religioso predominante entre la población, se reunían para manifestar una especie de rituales con sus respectivos formalismos misteriosos.

Quien posiblemente fue uno de los primeros testigos de esta clase de encuentros secretos al interior de este espacio oficial, fue el guardia Pedro Noé, trabajador con más de 17 años al servicio del Congreso.

“En las noches de repente veíamos luces y eran veladoras. Me llamó la atención y fuimos y checamos, era la parte donde hoy es el edificio de la Auditoría Superior del Estado”, relata.

El trabajador admite que ese primer encuentro fue de lejos, generándole temor y despertando su instinto de resguardarse ante una amenaza extraña. Consideró que lo mejor era esperar a que aparecieran los primeros rayos del sol por la mañana para acercarse a la ceiba, encontrando junto con sus compañeros veladores consumidas alrededor del árbol.

Comentó que los encuentros se fueron repitiendo por lo que llamó más atención y a la de su equipo, que hasta ese momento solo se mantenía como un secreto entre ellos por no estar seguros de lo que sucedía por las madrugadas.

“Lo que sí es que aquí asustan, porque antes aquí era basurero, aquí venían a tirar muchas calacas, cuando llegaron los ingenieros a iniciar la obra del Congreso encontraban en varias ocasiones huesos, paraban y se reportaba. Al rato aparecía otra calaca hasta que dijeron: ‘saben qué, no, mejor échenle más tierra’”, remontándose años atrás durante la construcción del edificio del Congreso del Estado en 1993.

Quien cuenta con más de 40 años de antigüedad al servicio del Poder Legislativo es la popular Martha Arredondo, quien no negó las reuniones que se suscitaban por las noches en torno al árbol por aquellos días.

“En esa época no había barda. Un día llegué y me dijo un compañero: ‘oiga, ya supo que ahí en la ceiba amaneció unos monos con agujas, en la cara, en los brazos’, —no, le dije, vamos a ver sí todavía están”, comentó.

“Martita”, como es comúnmente conocida, recuerda que junto con otros compañeros se acercaron por la mañana a la ceiba; encontraron velas negras, blancas, se notaba que habían goteado y derramado cera recientemente, pero lo que más la sorprendió, comenta, fue una caja de zapatos forrada de negro.

“Pero ya no nos animamos a abrirla, yo la vi de lejitos, tampoco me acerqué mucho. Pero si se veían como ocho muñecos, blancos, negros, y dije ‘hay no qué será esto’”, relató.

La trabajadora consideró de inicio que aquello no era normal y que podría ser que a esas personas se les antojaba reunirse alrededor de la ceiba, porque la realidad es que era un árbol muy grande, bonito y frondoso.

“Al rato ya como a las 11 de la mañana ya habían levantado las muñecas y todo. Estaba causando mucho escándalo, todo mundo iba a ver, hasta gente de fuera iba y veía. Entonces, los mandaron quitar y lo recogieron todo”, recuerda.

Por su parte, pasaban los días y Pedro Noé seguía intrigado, por lo que narra que él mismo se dio a la tarea de investigar los simbolismos que arrojaban dichos rituales.

Entre lecturas encontró que el árbol de ceiba guarda un profundo significado místico, ya que para algunas culturas prehispánicas de México era considerado como divino, el cual era apreciado por sus cualidades medicinales siendo conocido comúnmente como “el árbol de la vida”.

Con esta explicación el guardia llegó a la conclusión que aquello era más que nada para practicar magia blanca y así se convenció, relajando de alguna manera su angustia por no poder descifrar aquellos encuentros misteriosos en medio del silencio y la oscuridad.

Sin embargo, para entonces las declaraciones ya se habían desvirtuado entre los trabajadores del Congreso, rumores que incluso comenzaron a llegar a oídos de los diputados de ese entonces, sacando cada quien sus conjeturas en las que la mayoría insistía, que por el contrario, era magia negra lo que sucedía en la ceiba.

Pedro Noé recuerda que llegó un momento en que los relatos del “árbol de la brujería” habían subido de tono, y no faltaron los chistosos que intencionalmente acudían en la noche para arrojar muñecas u otro tipo de parafernalia alusiva a lo diabólico, para generar más confusión y miedo sobre todo.

Platica entre risas que inclusive el secretario general del Congreso del Estado por esos años se vio inmerso en medio de estos rumores de mal gusto, asegurando que le hicieron creer que esos encuentros eran para echarle una brujería a su persona.

“Es que la bronca fue que los enredaron de que les echaban magia negra a ellos (a los diputados) y estaban asustados. Entonces, decían ‘ahí aparece su nombre, que es magia negra, —qué hago, decía el secretario. Ya hablé con una bruja, le comentaba otro trabajador, que se dedica a eso y que mire (ahí estaba yo y otros guardias), y vino en la noche, le echaron agua helada, pero era pura cura”, ríe al recordar la broma de la que fue víctima el funcionario.

Mientras tanto, Guillermo Lozano, asesor parlamentario por más de 30 años al servicio de los legisladores recuerda que donde hoy en día el estacionamiento del Congreso era un campo de fútbol de tierra, el cual llamaba la “cancha de Recursos”.

Narra que ciertamente a inicios del siglo XXI se escuchaba que a la sombra o bajo aquella ceiba se practicaban ciertos rituales, que decían que era magia negra o lo que a la gente se le ocurría.

Pero él es más escéptico y asiduo a las explicaciones sustentadas, comenta que hasta hace algunos años esa zona estaba en penumbras, que era cierto que por las noches venía gente a pasar la noche, por lo que especula que a lo mejor se trataba de personas con veladoras o lámparas de mano que trataban de atravesar el camino que lleva a la colonia Juntas de Humaya.

“En aquel tiempo, cuando yo jugaba fútbol no se hablaba de ningún fenómeno de esta naturaleza, de magia negra u otras prácticas. Eso vino después, ¿por qué?, acaso porque surgió la leyenda, una falsa leyenda, que es fácil amedrentar a la gente contándoles cosas de que aquí se hace o se dejan de hacer ritos”, reprocha.

“Legisladores no, yo te puedo hablar con certeza de eso porque en aquel tiempo yo ya trabajaba aquí en el Poder Legislativo, te conocía a todos los diputados, a todos, de todos los partidos políticos, y ninguno, de la 53 y 54 Legislatura, ha sido practicante de actos o ritos de magia, eso es una falacia”, defiende.

Haya sido como haya sido, el hecho es que el árbol fue mandado por los diputados a que fuera cortado, unos dicen que en el marco de la construcción del edificio de la Auditoría Superior de Estado, otros que porque ya estaba infestado de termitas o que simplemente fue para terminar de un tajo con aquellas historia que inquietaba a los administrativos del Congreso del Estado.

Para el guardia Pedro Noé es una realidad que por esos años se hacían rituales de magia blanca: “Más bien eran mujeres las que venían, tal vez para hacer amarres de amor. Nomás que siempre hay bromistas: ‘No, que le están echando magia negra y eran mentiras’”.